A la salida del Picnic un chico se muestra como fan irredento de Sandro Rey y se despide de nosotros diciéndonos "predicciones, buenas noches". Annie Hall les ha robado un cigarrillo y un mechero, dentro veníamos hablando de programas horribles a los que habíamos estado enganchados en algún momento -prácticamente todos de la MTV- y programas horribles que habíamos compartido con nuestras parejas en medio de un enorme entusiasmo. En mi caso, "Gran Hermano I" (con T.), "Confianza ciega" (con L.), "El show de Cándido" (con B.) y muy recientemente "¿Quién quiere casarse con mi hijo?", lunes tróspidos con la Chica Diploma.
Annie Hall está achispada y en ocasiones yo también. Siempre he tenido una enorme habilidad para manejar mis borracheras y no voy a venirme abajo justo ahora. Uno de los secretos es que bebo muy lento: en lo que yo tardo en tomar una copa, Annie Hall se ha tomado tres vinos blancos y, claro, luego se dedica a pedir fuego a gente que ve programas de Silvia Raposo. Daños colaterales.
Como siempre que bebo algo de alcohol, me da por imaginar: tiendo a una cierta nostalgia, incluso. Nostalgia de cosas que no han pasado o que aún están por pasar. Por ejemplo, es una de esas típicas noches de 2011, de volver a casa y poner en Spotify a Vetusta Morla y Standstill. Una de esas noches de acabar triste en casa escuchando a Tom Petty, "It was too cold to cry when I woke up alone", el problema es que yo no estoy triste y me pasa como a
Robert Smith en Muchachada Nui, que me entristece dejar de estar triste, como si perdiera algo que me venía acompañando desde la adolescencia.
En esas, subimos por la Corredera para ver modernos en The Wall y quizá tirarles cacahuetes, pero The Wall está cerrado así que acabamos en otro sitio, que no recuerdo el nombre, pero sí recuerdo la mesa en la que nos sentamos: la misma mesa en la que estuvimos hace muchos meses, cuando Annie Hall y yo paseábamos por Malasaña bebiendo infusiones y botellas de agua y hacía frío y parecíamos una entrañable pareja de ancianos. Annie se centra en el camarero y yo dejo pasar un mojito. De vez en cuando, vuelve a salir y robar cigarrillos pero yo ya no la acompaño porque estoy cansado.
Pienso en algunas cosas que van honestamente bien. Pienso en el chico que me dio las gracias en Twitter por contestarle a un comentario sobre algo de deporte. Nadie debería darme las gracias por hablar con él, no tiene ningún sentido que alguien me dé las gracias simplemente por hablar con él, no me quiero convertir en eso, no quiero que me conviertan en eso. Afortunadamente, el momento está lejos todavía, pero llegará, y no quiero y a la vez sí quiero, porque mi ego es más grande que la borrachera de Annie Hall, coqueteando entre un viento de otoño a finales de agosto y haciendo eses en busca de un taxi mientras yo subo a casa, respondo unas cuarenta menciones y efectivamente acabo poniendo Standstill y Vetusta Morla y por alguna razón añado "Sopa fría", de M-Clan, una canción que me encanta de un grupo que detesto, porque me da la sensación de que será la última vez que algo así pase.
O que sería maravilloso que lo fuera.