lunes, septiembre 24, 2012

Greg LeMond, la historia de un corredor maldito



En 1991, Luis Ocaña se metía con el culo de LeMond. “Mirad qué culo tiene, con ese culo no se puede ganar el Tour”, repetía el conquense en la radio frente a los que consideraban que el americano era el máximo favorito para ganar la carrera. En el mundo del ciclismo, especialmente en los 90, el volumen del culo era uno de los indicativos del estado de forma en el que se llegaba a una competición. LeMond venía de ganar tres Tours, dos de ellos consecutivos en 1989 y 1990 y durante la primera semana siguió siendo la gran amenaza, colándose en la fuga adecuada, haciendo una excelente contrarreloj —segundo, por muy pocos segundos, tras Miguel Induráin— y acechando el liderato del sorprendente Luc Leblanc.

Sin embargo, Ocaña tenía razón. El culo de LeMond le traicionó subiendo los últimos dos kilómetros del Tourmalet en la segunda etapa pirenaica y poco a poco fue perdiendo metros con los favoritos. Para cuando quiso recuperar en el descenso, Induráin y Chiappucci ya no estaban ahí. Pronto tampoco estaría Bugno. LeMond, desfondado, perdería una minutada en la llegada a Val Louron y con ella todas las aspiraciones a ganar la carrera.

A pesar de llevar dando guerra desde 1983, cuando se proclamó Campeón del Mundo en ruta, el estadounidense era un corredor relativamente joven, 30 años, solo tres más que los propios Induráin y Bugno. De joven figura había pasado a gregario de Hinault y luego a su sucesor tras la victoria en París en 1986 soportando las mil y una puñaladas que el bretón intentó asestarle mientras le “ayudaba” a ganar su primer Tour, algo parecido a lo que pasaría 23 años después con Armstrong y Contador. Cuando estaba en lo más alto de su carrera deportiva, un accidente de caza casi le mata, sin exagerar. Después de dos años en blanco, prácticamente nadie confiaba en su vuelta al pelotón, pero sorprendió al mundo desde el modestísimo ADR, un equipo muy menor, levantándole el Tour de 1989 a Fignon delante de todos sus vecinos en una épica contrarreloj final.

Al año siguiente, repitió victoria, dejando que Chiappucci se llevara toda la gloria pero arrebatándole de nuevo el maillot amarillo en la penúltima etapa: un trabajo muy profesional y ponderado. No aparecían rivales en el horizonte, tercero aquel año fue Erik Breukink y cuarto, Perico Delgado, ya en el inicio de un lento declive.

Sin embargo, Tourmalet 1991 supuso un punto de inflexión. A LeMond se le reprochaba que apareciera solo en el Tour pero él lo explicó así el día de su retirada: “En los últimos siete años, solo me he sentido bien durante cuatro meses. En esos cuatro meses conseguí ganar dos Tours y un Mundial (el de 1989)”. Terminó aquel año sin victorias y en 1992 logró el que sería su último triunfo, en el Tour DuPont, una modesta vuelta por etapas organizada en Estados Unidos en homenaje a la carrera francesa. En cuanto al propio Tour, ya estuvo a punto de llegar fuera de control en Sestrières, cuando perdió 50 minutos con respecto a Chiappucci y acabó bajándose de la bici al día siguiente, camino de L´Alpe D´Huez, mientras su compatriota Andrew Hampsten ganaba la etapa.

Su fichaje por el GAN francés no mejoró las cosas: en 1993 ni siquiera pudo participar en ninguna gran vuelta, completamente desfondado y agotado, sin capacidad para entrenarse y con serias dudas acerca de su futuro profesional. La idea de LeMond era seguir en activo hasta 1996, para poder participar en la contrarreloj de los Juegos Olímpicos de Atlanta, en su país, el primer año que esta categoría se iba a disputar, el terreno en el que había marcado diferencias hasta la llegada de Induráin.

1994 no empezó tan mal: LeMond se sentía mejor, menos enfermo. Tenía unos 40 perdigones aún metidos en el cuerpo desde 1987, pero las piernas iban más ágiles… o eso creía él. La realidad se empeñaba en demostrar lo contrario: cuando necesitaba ese punto extra, no llegaba. Los rivales cada vez eran más fuertes, más potentes, más todoterreno y corrían con un hematocrito más alto. Se presentó en la salida del Tour de Francia por cumplir con su patrocinador y a la vez con la sensación de que quizá pudiera disfrutar de otro mes mágico, un quinto mes a añadir a la cuenta y que le permitiera al menos el brillo puntual en alguna etapa o una clasificación general decente.

En el prólogo acabó en un honroso 22º lugar, a casi un minuto de Chris Boardman, la estrella del momento en este tipo de contrarrelojes cortas y compañero de equipo en el GAN. Induráin quedó segundo, seguido de Rominger y Zülle. LeMond terminó apenas dos segundos por detrás de su compatriota Armstrong y consiguió superar a ilustres como Jalabert, Mauri, Virenque, Dufaux, Pantani o, sobre todo, Bugno. El desastre no tardaría en llegar: en la tercera etapa en línea, que pasaba por el recién construido Eurotúnel, LeMond, como tantos otros, no puede resistir el ataque final de Museeuw y al día siguiente, en una intrascendente llegada a Brighton, paseo por tierras inglesas, queda cortado en uno de los múltiples abanicos y caídas y llega con un pequeño grupo a más de cinco minutos de los ganadores.

Un par de días después, en la sexta etapa, entre Cherburgo y Rennes, LeMond va sufriendo como un perro. A su fatiga habitual se le suman un par de averías desesperantes que le obligan a esfuerzos durísimos para juntarse con un pelotón que va a toda velocidad y no espera a nadie. Bortolami, Yates, Abdoujaparov, Bontempi, Zberg, Heppner y Frankie Andreu se juegan el triunfo de etapa en una escapada de enorme talento mientras Greg ve que no puede más, que no tiene sentido tanto sufrimiento para ni siquiera acabar entre los cien primeros de su carrera.

En el kilómetro 178 de aquel sábado 9 de julio de 1994, se baja de la bicicleta, la deja en el coche de equipo y se monta rumbo a la meta en cuatro ruedas. A su llegada, afirmará: “Tengo una infección en la sangre producto del plomo acumulado en el cuerpo”. Cuando le preguntan por la retirada, insiste: “Quiero llegar a los Juegos de Atlanta… Si consigo curarme, mi objetivo es ese”. A LeMond le ofrecen probar con la efedrina, una sustancia potencialmente dopante que requiere vigilancia médica, sigue con los entrenamientos y dejó que el año vaya pasando sin participar en carrera alguna…

Finalmente, el 3 de diciembre de 1994, en una rueda de prensa para presentar un proyecto benéfico, anuncia en palabras lo que todo el mundo sabía en hechos: “Me retiro”. La infección en la sangre pasa a llevar el nombre de miopatía mitocondrial, una enfermedad rarísima, según su médico y que, efectivamente, puede —o no— estar relacionada con el accidente de caza. La crónica del Los Angeles Times afirma que, pese a su estado, podrá llevar una vida normal y él mismo declara que su objetivo a corto plazo es irse a Montana y ponerse a pescar.

Desgraciadamente, desde su retirada, su vida ha tenido poco de normal. Convertido en adalid de la lucha anti-dopaje y enemigo íntimo de Lance Armstrong, LeMond ha colaborado con todas y cada una de las investigaciones que se han llevado a cabo en Estados Unidos contra el US Postal, causándole graves perjuicios económicos y unas presiones terribles del entorno del siete veces campeón del Tour, quienes incluso amenazaron con revelar públicamente los abusos sexuales que LeMond había recibido de pequeño por parte de un familiar.

El propio ex corredor tuvo que adelantarse y anunciarlo en rueda de prensa. Desde entonces, los patrocinadores para sus diversas fundaciones y empresas han ido desapareciendo misteriosamente y en su país apenas se recuerdan sus tres Tours sino su enfrentamiento personal con el nuevo gran ídolo. Los países tienen poca memoria. LeMond tuvo una infancia miserable, una adolescencia-juventud con difícil adaptación a Europa y una madurez profesional terrible, sumando una enfermedad tras otra y siempre marcado por aquel infausto día de caza en el que su cuñado le confundió con un alce. Incluso cuando debería estar descansando, le ha tocado pelear, como si no pudiera escapar de una maldición, igual que tantas otras estrellas quemadas del deporte profesional. Igual, sin ir más lejos, y salvando las distancias, que el propio Ocaña.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown, dentro de la sección "El último baile"