Como la propia Esperanza Aguirre ha manifestado públicamente que su dimisión tiene un fondo personal y ha apelado al "cansancio" y a la necesidad de dedicarse a su familia, permítanme que empiece deseándole lo mejor en ese sentido y que si ese fondo personal o ese cansancio tienen como causa un problema de salud, por supuesto, que lo solucione cuanto antes.
Otra cosa es la gestión de la presidenta de la Comunidad de Madrid durante estos últimos nueve años, que no se puede analizar al hilo de la desgracia o la ventura personal sino de las decisiones políticas. Aguirre ha conseguido pasar por una adalid del "liberalismo" -palabra siempre en su boca para referirse a todo, una especie de "le liberalisme, c´est moi"- y "la libertad", como decía hoy su hagiógrafo Pedro J. Ramírez. El mérito es increíble en una política que ha convertido la purga constante, la amenaza y el "conmigo o contra mí" en su divisa de gobierno, tanto en el PP madrileño como en la propia Comunidad. Rajoy se resistió como gato panza arriba, pero la tendencia de Aguirre de dejarle a los pies de los caballos mediáticos una vez tras otra debe de haberle erosionado lo suyo.
Aguirre venía de la presidencia del Senado cuando Aznar la mandó a la Comunidad de Madrid como sustituta de Gallardón, que había prometido ocho años de mandato y veía más jugosa la alcaldía, admirador como siempre se ha declarado de Enrique Tierno Galván y su manejo de la opinión pública y cultural. En sus primeras elecciones, Aguirre gana pero no consigue la mayoría absoluta, es decir, Aguirre pierde. Gallardón no, gana con mayoría absoluta y sin demasiadas complicaciones en unos comicios marcados por el inicio de la guerra de Irak aquel 2003. Justo cuando la Asamblea se dispone a formarse y Simancas va a ser nombrado presidente electo, surge el caso Tamayo y Sáez y la carrera de Aguirre, condenada a extinguirse, recibe una inesperada segunda oportunidad.
La comisión de investigación, la vergonzosa comisión de investigación posterior, tuvo como presidente a Enrique Granados, por entonces un anónimo diputado que con el tiempo se convertiría en consejero, candidato a heredero y posteriormente sería vaporizado de la noche a la mañana como tantos otros. El representante del PP fue Antonio Beteta, que ocuparía importantes consejerías a cambio y ha acabado de polémico Secretario de Estado en la administración Rajoy. Sobre el tema Tamayo y Sáez ya se habló mucho en su tiempo, no se ha conseguido demostrar nada, así que cerremos el caso.
Aguirre sí tuvo un buen gesto al ordenar la repetición de las elecciones. Algunos lo vieron como un camino corto porque mantener a dos tránsfugas calladitos toda una legislatura habría sido complicado, pero el caso es que esas elecciones de octubre podría haberlas perdido perfectamente. Si no lo hizo fue porque Simancas se lió con el "No es lo mismo" y con la playstation del niño y ahí se marchó su gran oportunidad.
A partir de ahí, Aguirre se mostró como una política de un personalismo preocupante: no solo colocó a todos sus hombres y mujeres de confianza en los puestos de gobierno, dejando de lado a los que llevaban años en el PP de Madrid pero eran "de la cuerda" de Gallardón, sino que fue directamente a por el propio Gallardón, Manuel Cobo y Pío García-Escudero. Como presidenta de la Comunidad prácticamente "exigió" ser elegida presidenta del PP madrileño por delante de todos los que llevaban años, incluso en la oposición de los 80, batiéndose el cobre. El amago de candidatura paralela fue considerado en los medios como un desafío en vez de como lo más normal del mundo.
Una vez en el mando de las dos instituciones de poder, su control fue exhaustivo y basado constantemente en la relación personal y pocas veces en el mérito. Del PP madrileño fueron desapareciendo, como pasara en la Comunidad, todos los chicos de Gallardón o simplemente tuvieron que cambiar de bando ante la necesidad de seguir haciendo carrera política. En la Comunidad tuvo bien clara una cosa: ella quería ser presidenta del Gobierno y para eso necesitaba: A) hacer las cosas bien en Madrid y B) tener un grupo afín de periodistas que sirvieran de altavoz para todo lo que hiciera.
Lo primero es discutible aunque las urnas le hayan dado la razón dos veces más. Su empeño en convertirse en la Margaret Thatcher española la convirtió en ocasiones en el guiñol de Margaret Thatcher, en una caricatura de la dama de hierro que se enfrenta a todo lo público y no le importa llevarse cualquier palo en aras del bien común de la empresa privada. Los servicios sanitarios empeoraron en algunas cosas y mejoraron en otras. La educación siguió siendo un caos en los medios de acceso -excesivo control de interinos y sindicatos, junto a un desconocimiento total por parte de la presidenta de lo que eran los propios medios de acceso, provocando unos errores de bulto que nadie le hizo ver porque a la emperatriz no se la podía ver desnuda- culminando en la idea de la educación bilingüe, un proyecto ambicioso, bienintencionado pero llevado a la práctica de mala manera, a las bravas y sin ningún tipo de planificación.
Los que hemos trabajado en educación lo sabemos: para tener educación bilingüe hace falta algo más que un cartel, hace falta un profesor que sea bilingüe y experto en su materia. Esa combinación no se da en España y los medios para preparar al profesorado han sido mínimos. Como consecuencia, Aguirre ha optado recientemente por saltarse cualquier convenio y contratar a dedo profesores nativos, tuvieran o no las calificaciones oportunas para impartir las asignaturas designadas, una nueva muestra de la difícil relación de la presidenta con la realidad.
Sin embargo los medios no han explorado en esas cuestiones. Los de izquierdas porque han caído en la caricaturización de la caricatura y se han contagiado de ese odio feroz y reprochable de sindicatos y afines, con lanzamiento de tuppers incluidos, algo intolerable en cualquier democracia. Los de derechas, en muchos casos, porque estaban demasiado presionados: Aguirre quitaba y ponía tertulianos, directores de informativos y decidía coberturas en Telemadrid mientras apretaba las tuercas a periódicos digitales y pequeñas radios ofreciendo publicidad institucional a un precio muy interesante a cambio de un enfoque determinado en las noticias sobre ella. Esto no es hablar por hablar, sé lo que estoy diciendo, al menos en la parte de los periódicos digitales de primera mano y en lo otro, porque aquí nos acabamos conociendo todos.
Purgas, amenazas y control de todos los medios. Para ser una política amante de la libertad, no está nada mal. En medio, insultos, declaraciones altisonantes, enfrentamientos personales con un deje de matonismo intolerable... Coloca de momento en el gobierno a Ignacio González, a quien ya quiso poner por las bravas como presidente de Cajamadrid cuando Cajamadrid era la joya de la corona, pero tuvo que retirar porque Rato era mucho Rato. Descontenta, quizás, porque "el hijoputa" estuviera en el Gobierno y ella no, ha dedicado sus últimos meses a pelear cada medida de Rajoy, en un gesto que no critico porque en el fondo ella se limitaba a un "programa, programa, programa" que era coherente.
El hecho de que el nuevo presidente fuera el último de los no purgados, quien sabe si el siguiente en la lista, no sé si habla bien o mal de sus habilidades como político al servicio de lo público. Al servicio de Aguirre, sin duda, pero de la Comunidad de Madrid está por ver. En medio de todo esto quedan los madrileños, los que eligieron en las urnas hace poco más de un año a Gallardón y a Aguirre para tener que aguantar dos tercios de legislatura con Botella y González. Esa, exactamente esa, es la importancia del ciudadano en la política española, y Aguirre no ha hecho nada por aumentarla, todo lo contrario.