Ya de adolescente era muy fan de Paul Simon. No digo de
Simon y Garfunkel, digo de Paul Simon. Eran los tiempos de “Graceland” y de
“The Rhythm of Saints” y, básicamente, aquel tipo bajito de Nueva York era un
hombre divertido. En 1991 editó un magnífico doble disco llamado “Concert in
the Park” y que incluía algunos de sus éxitos en solitario mezclados con la
nostalgia garfunkeliana en un directo impresionante, con una banda de músicos descomunal.
Mi canción favorita de Paul Simon ha ido variando con los
años pero siempre ha tenido que ver con mujeres. En mi juventud más juguetona
podía escuchar una y otra vez aquello de “She looked me over and I
guess she thought I was alright… alright in a sort of a limited way for an
off-night” y a la vez imaginar lo que sería un encuentro con una mujer
preciosa y una seducción inmediata, ingeniosa, de película de Woody Allen. Años
después, cuando me dediqué a dejar mujeres de una manera absurda y enamorarme a
su vez de chicas con novio, tiré al “50 ways to leave your lover”,
que es una elección muy lógica.
Nunca renuncié a “Graceland”-“I feel I´m obliged to defend every loving, every
ending… or maybe there´s no obligation now- ni al “She moves on”, por
supuesto, con su “She said, maybe these emotions are as near to love as love
will ever be… so I agreed”, y en general lo que siempre me ha fascinado de
Simon es su capacidad para la sonrisa nostálgica, ese punto en el que las
canciones son recuerdos de relaciones pasadas, chicas que llegaron y se fueron,
pero que, a diferencia de una canción de Joaquín Sabina, supieron guardar un recuerdo
especial, como si cada ruptura hubiera sido la primera ruptura, la del
quinceañero que vuelve a abrir el libro de clase y encuentra la foto de la niña
con gafas o un divorcio traumático pero superado, tras el que queda un cariño
enorme.
Por ahí creo que va “Train in the distance”,
aunque es una letra en ocasiones confusa. El único “pero” que se le puede poner
a Simon es precisamente que quiere contar demasiadas cosas en poco tiempo y se
ha negado a ser Leonard Cohen y componer canciones de siete minutos. Para eso
está Nacho Vegas. En esa canción, Simon habla de un hombre que conoce a una
mujer hermosísima y decide conquistarla –por lo que se ve, esa ha sido la
historia de su vida y yo me quito el sombrero-, las cosas van bien, tienen un
hijo, todo se complica y lo que queda entre ellos es una relación de amigos que
en el fondo siempre mantendrán, porque la realidad es una cosa y el amor no es
más que un tren que a lo lejos suena bien pero al que es mejor no acercarse.
“But from time to time, he makes her laugh, she cooks a meal
or two…”, dice Simon, y a mí eso me parece precioso porque creo que resume la
relación que he mantenido con casi todas mis ex, que, pese a lo que pueda
parecer en este post, han sido más bien pocas: de vez en cuando intento
hacerlas reír, ellas no cocinan pero me invitan a pollo con patatas en el
Malaspina. Sé que no siempre es posible, pero compartir la melancolía es una de
las cosas más bonitas del mundo, solo por debajo de compartir la realidad,
porque la realidad, no lo olvidemos, al final siempre gana, no hay atajos, y lo
mejor, como dice la chica aturdida de “Hearts and Bones” tras
una noche de viaje en coche al sur de los Estados Unidos, cerca de Nuevo
Méjico, es que a uno le quieran como es y en el momento en que lo es. “Que no
nos vendamos simulacros”, que diría Benedetti.
Solo que eso es complicado y da miedo pedirlo, por eso la
chica lo hace con una timidez entrañable: “Why don´t you love me for who I am,
where I am?”, lo que casi obliga al chico, al nostálgico prematuro, a
contestarle: “Because that´s not the way the world goes, baby… This is how I love you, baby, this is
how I love you, baby”.
Post publicado originalmente en el blog de Juanan Salmerón, un regalo que comparto ahora con todos ustedes.