“La carrera secreta”, el libro autobiográfico escrito por
Tyler Hamilton con la ayuda del periodista Daniel Coyle, ha sido presentado por
la prensa como un ataque contra Lance Armstrong y, de hecho, la mayoría de los
pasajes filtrados por la editorial tienen que ver con el siete veces ganador
del Tour, lo que hace que en España se pierda un poco la perspectiva del libro,
como es lógico, porque el lector español no es el destinatario final sino que
lo es el lector americano, quien, normalmente, si le sacas de Lance Armstrong y
el Tour de Francia no muestra una gran pasión por el ciclismo.
Me atrevería a decir, incluso, que el libro empeora cuando
aparece el ex del US Postal: los pasajes sobre Lance Armstrong resutan
demasiado sentimentales: qué gracioso era, qué simpático era, cómo cambió, su
mirada me daba miedo y un largo etcétera que acaba en la denuncia de
coacciones, amenazas físicas y un matonismo que podemos presuponer en el texano
teniendo en cuenta otros comentarios pero que no deben eclipsar lo que Hamilton
quiere contar realmente: el dopaje sistemático, equipo por equipo, ciclista por
ciclista, durante al menos sus años de profesional en la élite.
Es un libro devastador por la naturalidad con la que
Hamilton lo cuenta todo: desde sus principios como neoprofesional sin
aspiraciones, sus primeros años en el embrión del US Postal, las carreras en
Europa donde apenas podían ir al ritmo de los demás ciclistas en las etapas
llanas porque todo el mundo había enloquecido y el equipo insistía en correr paniagua (término escrito en español que
el ciclista utiliza en la edición inglesa), acumulando posiciones muy modestas
pese a un encomiable tesón competitivo.
La cosa cambia cuando US Postal, viendo como está el
patio, decide cambiar a su médico de toda la vida y fichar –oh, sorpresa- a un médico español, que empieza a preparar
junto a Johnny Weltz, en aquel momento director deportivo del equipo y ex
corredor de la ONCE de Manolo Saiz y Eufemiano Fuentes, las temporadas a la
manera europea, es decir, con huevos de testosterona y bolsitas blancas llenas
de EPO en los tiempos en los que la EPO era indetectable en el organismo y no
había más indicador que el nivel de hematocrito en sangre, que no podía superar
el 50%.
Para que se hagan una idea, el propio Hamilton comenta
como rumor que, antes de que se implantara esta norma del 50%, Riis corrió el
Tour de 1995 con niveles superiores al 56%. Posteriormente, el cuidador del
equipo Telekom afirmaría que en 1996, el Tour que sí ganó el danés, llegaría a
superar el 60%, cifra que me parece difícil de creer incluso a nivel médico,
pero que es indicativa de la barra libre que estaba de moda en aquellos
tiempos. Para los no iniciados, la EPO eleva el número de glóbulos rojos en la
sangre, permite una mayor recuperación, oxigena rápidamente el cuerpo cuando es
preciso y puede mejorar las prestaciones de un corredor en un 15-20%.
Imagínense lo que era para el “pobre” Hamilton correr paniagua. Ni se enteraba de la película.
Afortunadamente, su comprensivo nuevo médico español, en
un momento dado, decide darle una oportunidad. Quien dice una oportunidad, dice
testosterona. Luego le incluye en el “equipo A” que recibirá bolsitas de EPO
para el Tour de Francia. Junto al dopaje vienen las instrucciones: el ciclista
se tiene que convertir en un químico para saber cuánto tiempo tarda la
sustancia en hacer efecto, cuándo la elimina el cuerpo de manera que no pueda
ser detectada, cómo bajar y subir el hematocrito según la hora a la que vengan
los “vampiros” a hacer el análisis correspondiente y un largo etcétera de
reglas de las que depende el resto de su
carrera deportiva.
El ciclista alemán Bernhard Kohl, tercero en el Tour de
2008 y líder de la montaña de aquella edición tras varias exhibiciones, ya
declaró después de dar positivo en aquella misma carrera: “Me han hecho pruebas
anti-doping 200 veces en mi carrera, en 100 iba dopado. Solo me han pillado en
una, en las otras 99 no encontraron nada. Creo que el problema es que el
ciclista ha acabado por sentirse impune”. Efectivamente, eso mismo le pasó a
Hamilton y, según él, a todos sus compañeros del US Postal, incluido por
supuesto Lance Armstrong, cuya relación con el doctor Michele Ferrari aparece
definida en el libro como enfermiza. Una relación que -se sospecha- se alargó
incluso a sus años de regreso a la carrera en el Astaná de Contador y después
el Radio Shack sin que haya podido probarse...
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