En los viajes a Santander en autobús, antes y después de la parada de Lerma, me ponía la cinta del "Worst Case Scenario" de dEUS en el walkman y dejaba pasar las horas. La mezclaba con otras recopilaciones de esas que hacíamos en cassette, utilizando un grabador CD-MC y cortando la canción en el momento adecuado. La primera vez que oí hablar del grupo fue en 1994, creo, porque mi hermano había ido al Festival de Reading y me los recomendó, incluso me regaló la dichosa cinta que yo paseaba por los Continental Auto de la península. Al principio me costó entender el disco; después, como todo lo oscuro en aquella época adolescente, me acabó fascinando.
Luego vino una serie de conciertos en varias salas madrileñas. Presentaciones de segundos y terceros discos. No eran un grupo especialmente popular pero sí lo suficiente como para que a mi primo Guille le encantaran, igual que a la Chica Langosta o a mi entonces prima-ahora cuñada. Vivían en Ronda, o al menos algunos de ellos vivían en Ronda y tenían un bar o lo frecuentaban. Había varias versiones al respecto. Del primer disco me gustaba "Suds and Soda", por supuesto, y "Hotellounge", los juegos de violín y los coqueteos con el hip-hop. Del segundo me quedé con el sonido claramente pop, las referencias a Diógenes en la segunda canción del disco -estudié filosofía, esta misma semana he escrito un artículo sobre Aristóteles, Hume, el emotivismo moral... y su relación con la serie "Friends"- y la enigmática "Roses", pasando por esa ternura de "Little Arithmetics" o la aparente puerilidad de "Opening night".
El tercer disco era otra cosa. Lo compré en Toulouse en pleno viaje de visita a la Chica Langosta, en la FNAC que quedaba en el barrio de las afueras, lejos de la burbuja de la ciudad universitaria y sus paredes rosas. Había más rock y había más sorpresas, más juegos. En cierto modo era una evolución lógica del primer disco, solo que cinco años más tarde de lo previsto. Tenía un punto tétrico en "Sister dew", vitalista en "The ideal crash" y contenía una de sus mejores canciones: "Instant street", una mezcla de ritmos sencillos, amables, que ocultaban la historia de una relación horrible, desastrosa, la típica del "quiero y no puedo", para convertirse en una canción obsesiva, circular, casi rabiosa, distorsionada, en dos minutos finales apoteósicos que giraban en torno a unas pocas notas repetidas una y otra vez cada vez con mayor intensidad.
Después les perdí la pista. Sacaron más discos pero no los escuché. Fui a un concierto suyo -yo solo- en la Sala Copérnico en 2005 y me enamoré de su fan número uno, que resultó ser valenciana.
Con todo este bagaje detrás, entenderán que para mí el primer día del D-Code no tuviera nada que ver con Napoleón Solo ni con Kings of Convenience ni con The Shoes ni con Kimbra y mucho menos con Sigur Ros o Justice, cuyos horarios se salen por completo de mis biorritmos. Mi viernes en la Ciudad Universitaria era un viernes de dEUS, de no conocer más de la mitad de las canciones porque ya digo que les perdí el rastro discográfico hace unos trece años, pero de emocionarme con algunas de las "vintage", incluyendo la mencionada "Instant street", "Fell off the floor, man" y acabando con la apoteosis de "Suds and soda".
Últimamente, en los conciertos me encuentro con un problema que antes de las nuevas tecnologías no se podía uno ni plantear: no sé si prefiero el presente o el futuro. Me explico. De repente, el grupo en cuestión toca una canción que a mí me vuelve loco y no sé si ponerme a cantar y a botar y disfrutar el momento o si moderar el entusiasmo, bailotear cámara en mano y grabarlo todo para la posteridad, para poder decir "yo estuve ahí", esa frase que es tan mía.
El presente, en general, saben que se me hace pesado. Un puente entre melancolía y novela, poco más.
En definitiva, que cuando acabó dEUS yo estaba en magnífica compañía pero también acumulaba cansancio de una semana imposible, tenía frío porque allí
hace frío -en Malasaña, media hora más tarde, no- había gastado todos mis "tokens" en un bocadillo jurásico y sí, Kimbra me gustó, pero Sigur Ros iba a ser mucho para mí, lo descubrí a la segunda canción, así que preferí guardar fuerzas, volver al metro silbando "Un día en el mundo" -sin razón aparente- y acumular vagones vacíos mientras pensaba en los pocos que estábamos viendo el concierto y por qué nadie más se sabía las letras ni bailaba, es decir, por qué demonios he tenido que acabar haciéndome viejo.