El primer bulo de todos es que las redes sociales nos harán
más libres. No hablo de su capacidad, que eso sería discutible, sino de que de
hecho lo vayan a hacer, una mentira como una casa. Durante años, todos hemos
recibido emails en cadena con protestas o reivindicaciones o supuestos
manifiestos firmados por grandes intelectuales que jamás escribieron ni una
palabra de las que aparecían en el correo, pero lo bueno de ese “spam” era que tomaba
su tiempo, es decir, que para que un amigo se animara a mandarte un correo así
necesitaba copiar todo el texto o al menos darle al reenviar y ponerse a elegir
direcciones entre sus contactos.
Twitter y sobre todo Facebook han acabado con eso: ahora,
inventarse cualquier historia y difundirla a los cuatro vientos es más fácil
que nunca. La idiotez se ha democratizado y el mundo es un enorme patio de
vecinos gritándose incoherencias. De un tiempo a esta parte, si tienen una
cuenta en cualquiera de las dos plataformas citadas, coincidirán conmigo en que
el ambiente es irrespirable; no ya porque se hable de política sino porque
nadie habla con su propia voz, todo el mundo ejerce de pregonero de una
supuesta verdad que no se molesta en contrastar.
Al principio, uno respira hondo y pasa al siguiente mensaje.
Le dicen que Sampedro ha llamado hijo de puta a Rajoy –antes fue a Zapatero- y
no entra en polémicas, le dicen que en España hay medio millón de políticos,
así a bulto, y no se pone a explicar que eso es imposible. Sale una foto
manipulada de Andrea Fabra sacando el dedito a pasear frente a un grupo de manifestantes y a lo mejor te puedes molestar
en buscar la noticia original, la foto auténtica, y aclarar que no, que la muy
maleducada señora Fabra no es la que aparece en la foto, pero lo normal es que
entonces te respondan: “¡Y qué más da!” y su cabreo se doble.
La masa enfurecida no
solo quiere linchar sino que se niega a conocer las causas del linchamiento.
Lo último ha sido lo de los 56 días de Hollande, un
documento que ha pasado de cuenta en cuenta, de muro en muro y que habla de las
maravillas que habría implantado el presidente francés en sus dos meses al
frente de la República. No sé si saben de lo que les hablo, pero es muy fácil
de entender: Hollande habría hecho todo lo que alguien, en algún lugar de
España, ha decidido que es lo que hay que hacer, tenga o no sentido, inventándose
las cifras, algunas ridículas, y organizando un “Pásalo” en toda regla con el
aviso: “Esto no son palabras, son hechos”.
Ya es sospechoso que ninguno de los hechos te suene, pero es
que basta con llegar al tercer párrafo para saber que es otro bulo dentro del
gran contenedor de bulos. Lo que me preocupa no es eso. No es que alguien se
invente algo e intente manipular a los demás. Al fin y al cabo, eso está muy
visto y discutirlo es incluso pueril. Lo que me preocupa es que la gente no se
atreva a pensar por sí misma ni a elegir sus propios ejemplos, sus propias
soluciones, su propia indignación.
Uno pasa por las redes sociales y no ve sino repeticiones de
una misma foto, un mismo eslogan, un mismo documento. Nadie quiere individualizar
el discurso. Decir “esto es lo que pienso yo”, explicarse qué está pasando. Es
muy triste. Denota una idiotización bárbara. La pena no es que tus amigos
llenen sus muros de reivindicaciones políticas sino que esas reivindicaciones
ni siquiera sean suyas. Queremos que los demás nos den las arengas, que piensen
por nosotros, que nos lo den mascado y luego no nos explicamos por qué algunos
políticos creen que es tan fácil manipularnos.
No, las redes sociales no nos harán más libres. Y no será
porque no puedan sino porque nosotros no queremos, porque preferimos atarnos a
la indignación y al odio y a la consigna ajena sin cuestionarla, sin leerla,
sin más criba que la de “¿es de los míos o es de los otros?” y de ahí al muro,
bajo tu nombre, cómplice tú también de la estupidez masiva.
Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"