domingo, julio 08, 2012

17 veces Federer


Carlos Moyà comenta a menudo que vio a Federer al borde de la retirada después de perder en dos sets las semifinales de Cayo Vizcaíno en 2011. Por entonces ya llevaba un año sin llegar siquiera a una final de Grand Slam y el dominio de Djokovic en pista dura y del propio Rafa en tierra batida parecía dejarle poco hueco. No solo eso: mientras sus rivales no habían cumplido los 25, él estaba a un paso de los 30, casado, con dos gemelas, la vida solucionada, un montón de records en su palmarés. ¿Por qué seguir con esa agonía de recorrer el mundo torneo a torneo, con dolores, con sufrimiento, con derrotas que en otro momento hubieran sido inconcebibles?

Federer envejecía y a la vez se resistía a envejecer: en Roland Garros de ese año batió a Djokovic y fue competitivo en la final contra Nadal. Ser competitivo es lo más que se puede pedir cuando se juega contra Rafa en tierra batida. Su verano no fue esplendoroso: perdió dos sets de ventaja para caer en cuartos de Wimbledon contra Tsonga, sumó dos derrotas tempranas en la gira estadounidense, cayó fugazmente al cuarto puesto de la ATP por primera vez en ocho años y sufrió una derrota dolorosísima en las semifinales del US Open, torneo que ha ganado cinco veces: después de volver a adelantarse dos sets a cero y con doble punto de partido al servicio, dejó que Djokovic le ganara cuatro juegos seguidos y el partido.

Recuperarse de eso parecía imposible. A mí me parecía imposible y me resigné a que mi ídolo fuera desvaneciéndose poco a poco, un lento apagarse hasta la retirada con, quizá, algún torneo suelto. "No volverá a ganar un Grand Slam", dijeron, y sinceramente yo llegué a creerlo. Lo que pasa es que después de esa derrota, ya treintañero, Federer saltó como un tigre a por el destino: ganó Basilea, ganó París, ganó el Masters, ganó Dubai, Rotterdam, Indian Wells... en medio perdió otra semifinal contra Nadal, pero se impuso en la superficie deslizante de Madrid. Él seguía repitiendo: "Si gano un Grand Slam, seré número uno", pero parecía demasiado lejano. Djokovic se deshizo de él fácilmente en las semifinales de Roland Garros.

Él único que creía en Roger era Federer: jugó la final en Halle, que perdió incomprensiblemente ante el veteranísimo Tommy Haas, se plantó en tercera ronda de Wimbledon y tuvo que levantar dos sets a cero a Julien Benneteau, después se dejó una manga y parte de la espalda ante Malisse en octavos. Cuando todos apuntaban incluso a una retirada del torneo, apalizó a Youzhny en cuartos y ganó con solvencia a Djokovic en semifinales. Estaba de nuevo en la final, en su 24ª final de Grand Slam, por supuesto, record absoluto.

Sí, Federer era el favorito porque el año de Murray no está siendo precisamente brillante, pero la estadística jugaba en su contra: Murray ya había perdido tres finales de Grand Slam -dos contra Roger-, algún día tenía que llegar el primer triunfo. Y Murray salió a por todas, se llevó el primer set con dos breaks en los momentos clave y apuró al suizo todo lo que pudo en el segundo. Federer, poco acostumbrado a dominar los puntos decisivos, supo salvar bolas de break con 2-2 y 3-3 y superar después de un par de deuces el 4-4 y el 5-5. Cuando todo olía a tie-break rompió por fin el servicio del escocés y ganó el set: 7-5.

Ahí cambió el partido. No solo porque pasaran a jugar en pista cubierta, unas condiciones a las que Federer se ha ido habituando con los años, sino porque el golpe de moral era tremendo. Si jugando mucho peor que Murray iba empate, ¿qué pasaría cuando dejara de cometer errores no forzados? Andy se resistió pero ya había un solo dominador en el partido: 6-3 en el tercer set, 6-4 en el último. Un break por manga y sin casi concesiones al servicio. Roger Federer había ganado en Wimbledon en 2012 después de haber ganado en 2003. Solo me viene a la cabeza una distancia mayor: Pete Sampras ganó el US Open en 1990 y lo volvería a ganar en 2002, su último partido como profesional.

Mi idilio con Federer va más allá de su palmarés. Nunca he visto a nadie jugar tan bien al tenis. Eso ya lo dije en 2004 cuando se llevó por delante a Hewitt con dos roscos en la final del US Open. En cualquier caso es bueno echar un vistazo a sus vitrinas: 7 Wimbledons, 5 US Opens, 4 Australian Opens, 1 Roland Garros (más cuatro finales, perdidas ante Rafa Nadal), 6 Masters Cups, finalista en todos los torneos Masters 1000 -no ha podido ganar ni en Montecarlo ni en Roma, donde ha llegado a la final cinco veces-, 286 semanas como número uno que se verán ampliadas en al menos un par de ellas más, medalla de oro olímpica en dobles, 75 torneos ATP en 106 finales.

No sé si decir que tiene ya 31 años o que tiene solo 31 años. Agassi ganó su último Grand Slam con 33 y no tenía el talento de Roger. Lleva ocho años seguidos sin caer antes de cuartos de final de ningún grande, lo que le deja siempre a dos-tres partidos del triunfo, ¿por qué no soñar con algo más? Lo único que le queda, para rizar el rizo, es el oro olímpico (Wimbledon será la sede en menos de un mes), la Copa Davis y los dos torneos de Montecarlo y Roma. Conseguir eso también no sería de genio, sería de abusón, así que si las cosas se quedan como están, yo ya me daría por satisfecho.