Por alguna razón que se me escapa, un país con una tradición
deportiva casi enfermiza y una cierta ligereza a la hora de publicar y publicar
libros, se vendan luego o no, no ha conseguido establecer una literatura sólida
en torno al deporte, con muy contadas excepciones, entre las cuales no incluyo,
por supuesto, ni las autobiografías de jugadores de 19 años, ni las
hagiografías del periodista vendido de turno, ni los forofismos a lo Tomás
Roncero.
Con literatura deportiva tampoco me refiero a literatura
sobre la historia del deporte o a la clásica recopilación de artículos o
crónicas, sino a un modo de narrar con estilo, calidad, color y empatía
momentos clave del deporte mundial a lo largo de este siglo. Eso es lo que está
intentando hacer Libros del KO con sus libros de “Hooligans ilustrados” o el
maravilloso “Plomo en los bolsillos” de Ander Izagirre. Por supuesto, los
resultados no siempre son perfectos, como sucede en cualquier género, pero se
ve un intento de que escritor y evento se mezclen, de manera que no sea todo
una sucesión de datos ni un onanismo forofo y a menudo paleto.
No sé hasta qué punto “Plomo en los bolsillos” podría
interesar a gente ajena al ciclismo. Yo creo que al menos existe la
posibilidad. Desde luego para los aficionados a ese deporte o a cualquier
competición en general es un libro imprescindible. Cualquiera que entienda que
la vida misma es en el fondo un juego en el que uno recurre a valores, trampas,
atajos, drogas, pactos, traiciones y dolor, mucho dolor, para tirar adelante
encontrará momentos interesantes en el libro de Izagirre, escandalosamente bien
escrito.
Hay que reconocer que el libro en sí es irregular, pero
seamos justos: es irregular dentro de la brillantez. La mística de lo lejano en
el tiempo, la excentricidad de los comportamientos de principios de siglo XX que
no podemos conocer, hace de las primeras historias de “Plomo en los bolsillos”
una sucesión de sonrisas cómplices, fascinación, sensación de estar viviendo en
un mundo distinto. A través de la carrera, de sus mineros o sus lisiados
intentando apuntarse al Tour, sus tramposos cogiendo trenes para acortar, sus
organizadores mafiosos decidiendo las victorias a su antojo… se nos presenta un
mundo, no una carrera.
Conforme el libro avanza, las historias no pierden interés
pero ganan actualidad y eso, que es inevitable, hace que disminuya la magia. Me
explico: Izagirre se centra en los campeones pero también en los segundones. Es
más, desde la distancia, incluso los campeones, con sus tubulares colgados del
cuello, sus condiciones infrahumanas, sus pequeñas miserias… también aparecen
como perdedores ocasionales: gente llevada al extremo y que a menudo ni
siquiera recibe el aplauso del público en la victoria, léase el caso de Jacques
Anquetil.
Creo que hay un libro antes de las historias de Coppi y
Bartali y otro libro después, por la sencilla razón de que hubo un ciclismo
antes y otro después. Cuando los Bahamontes, Jiménez, Poulidor, Gaul y compañía
aparecen, ya la historia es otra. Por decirlo de alguna manera, deja de ser la
historia del Tour y pasa a ser la historia común que el Tour lleva compartiendo
con nosotros todos estos años. Aun así, insisto, ¿cómo evitarlo?
Hay momentos en “Plomo en los bolsillos” maravillosos.
Aparte de la descripción de las escaramuzas de principios de siglo o la
enternecedora historia de los distintos “farolillos rojos” incluyendo al
entrañable Vansevanant, el episodio de la muerte de Tom Simpson es magnífico,
precisamente porque pertenece a ese imaginario común del aficionado al ciclismo
pero lo trasciende: drogas, sufrimiento, ambición, casualidad… la vida está
ahí, en ese zigzag del ciclista inglés en el Mont Ventoux y en la habilidad de
Izagirre para contarlo. Lo mismo sucede en los retratos de Ocaña o de
Walkowiak, dos ganadores-perdedores de lujo.
Los capítulos dedicados a Perico, Induráin, Armstrong,
Contador… están demasiado vinculados a la actualidad. ¿Cómo escribir un libro
sobre el Tour sin mencionarlos? Sería imposible. Tremendamente injusto. El
dopaje pasa por las páginas como una realidad incuestionable y por eso mismo
terrible. Un mundo de velocidad enloquecida. Un mundo demasiado rápido. Así, en
general. Por eso, lecturas pausadas, entretenidas, divulgativas como las de
Izagirre se agradecen tanto.
Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo