martes, julio 10, 2012

El típico gilipollas


El verano son recuerdos. El calor es recuerdo, en general. Las mañanas recorriendo Madrid en busca de camisetas y finiquitos. Algunas cosas sueltas: el viaje a Pamplona para los Sanfermines de 1996. El horror, ah, el horror. Alguien ponía en Twitter que 9 de cada 10 personas que van a los Sanfermines se divierten y el otro es el típico gilipollas.

Yo soy el típico gilipollas.

La Plaza del Castillo en las horas previas al Chupinazo, la sensación de avalancha continua, de Heysel, sentirse un muñeco manejado por multitudes que han perdido el sentido del control a las once de la mañana. Todo lo demás: la necesidad de la fiesta constante, los jerseys perdidos, las piscinas públicas, las cabezas aplastadas por patas de toros. Nunca le vi el encanto. Acabé en casa de una especie de tíos lejanos durmiendo en el salón a una hora impropia, levantándome a las 8 para ver el encierro en televisión, como lo podría ver en Moralzarzal. Elchicoquenoqueríaserernesthemingway.

Julio de 2009, un salto adelante. Paella con Sandra en el Puerto de Barcelona, paseo largo hasta Colón, luego las Ramblas, entrada furtiva en un bar de deportes, un enorme bar de deportes donde después he visto cosas improbables como Copas Intercontinentales y goles de Abidal. Federer contra Roddick en la final de Wimbledon. Yo iba ahí a levantar la copa y Roger me tuvo cuatro horas esperando, 16-14 en el último set. A mí y a Sandra, que aguantó estoicamente mis ataques de pánico.

Barcelona, en general, es el verano. Dani Pacios, en el solitario 2001, Lucía, en 2002, comportándome como un gilipollas -quedó dicho anteriormente, pero no quiero que les quepan dudas al respecto-, Bea en 2006, una combinación de Casteldefells, Sant Feliu de Guixols y Paseo de Gracia. Radio 4; Inés en 2007, NH Calderón, paseos por cuadrículas hablando de valencianas, Fer en 2008, yendo más allá de la resaca, una combinación de excesos nocturnos acompañados por carreras de Michael Phelps y partidos de la selección española de baloncesto.

También he ido solo, claro. A Barcelona he ido solo muchas veces, más de las que debería. Incluso en verano. El año del Forum -¿2004?- estuve cinco días en un hotel del Paralelo -Barcelona, para mí, son sus hoteles- y salí tres como mucho, uno al citado Forum, en el que duré una hora y media por mi condición de aburrido, y los otros dos supongo que al Maremagnum, ese decadentísimo abandonarse en los bancos junto al mar. Cuando iba a Barcelona solo, siempre cogía billetes en preferente, incluso cuando no podía pagarlos. Llámenme snob, pero viajar solo requiere una cierta concentración: el Mediterráneo a la derecha al paso por Sitges, la libreta con apuntes de relatos que empiezan, la prensa acumulada en la bolsa del asiento de delante.

Barcelona, Pamplona y Bambú, en Pinar de Chamartín. La visita a Bambú, esa estación que parece un edificio más, incrustada dentro de un muro y el paseo hasta Pío XII, donde vivía la Chica Sardina. Es curioso que la Chica Sardina sea ahora parte de mi familia. Ya es jodido que uno no pueda elegir su familia como para que ni siquiera pueda elegir que sus iconos adolescentes sean parte de su familia. La extrema dureza de 2007. Todo será mejor que 2007, siempre. Incluso la tristeza. Arriba y abajo es mejor que la tristeza y la tristeza es mejor que 2007.

Ese es el orden de las cosas en verano.