Un
triple. Y luego otro triple. Después un tercero. Los comentaristas
italianos directamente se ríen porque no se pueden creer lo que están
viendo, es casi una burla. Dos triples más, después el sexto, y seguimos
en la primera parte. Enfrente, la poderosa selección juvenil de Estados
Unidos, país que extendía su dominio total en el baloncesto FIBA con
dos triunfos en las dos ediciones anteriores del Mundial Sub 20. Cuando Kukoc
llega a su séptimo triple hay gestos de desesperación en el banquillo
porque ese chico se supone que no es un tirador ni un anotador. En ese
equipo, los tiradores son Ilic y Djordjevic y los anotadores son los pivots: Vlade Divac y Dino Radja. Larry Brown,
el entrenador estadounidense, pretende formar una tela de araña en la
zona y ese espigado niñato no hace más que dejarlo en ridículo.
En
Bormio, verano de 1987, la grada enloquece y cada vez que Kukoc se
levanta se oye un griterío que antecede al sonido de la pelota entrando
limpia en la red. Ocho triples, nueve. Gary Payton y Larry Johnson no saben qué hacer. Stacey Augmon mira a Scott Williams con cara de desconcierto. ¿De dónde ha salido este hijo de puta? Kukoc mete su décimo triple y luego el undécimo
en doce intentos. Es un partido de primera fase, en principio
intrascendente, pero quiere marcar bien pronto el terreno. Yugoslavia ya
ha ganado sus anteriores partidos con una media de 119 puntos ante
rivales muy inferiores como China o Nigeria.
Esto es diferente. Esto es Estados Unidos…
…Y
ese día a Estados Unidos le caen 110 puntos, así como suena. 37 de
ellos firmados por el espigado número siete que no se sabe muy bien si
juega de base, de alero tirador o de ala-pivot, posición que le debería
corresponder por su altura, en torno a los 2,05. El resto de la
anotación corre por cuenta de Ilic, Djordjevic, Pecarski
y en menor medida, Divac y Radja. Sin duda, es el principio de una
época, un cambio de paradigma. Aquel equipo yugoslavo se volvería a
encontrar con Estados Unidos en la final del torneo y, con más
dificultades, volvería a vencer. La primera vez que un equipo no
estadounidense se alzaba con el triunfo, un previo de lo que podría
venir en Seúl 88 o Argentina 90. La llegada de un mito, del jugador
total, de la fantasía hecha baloncestista.
Los años de la Jugoplastika
Bormio
fue la consagración de Kukoc a nivel internacional pero eso no quiere
decir que fuera un desconocido. Todos los miembros de su generación, la
inigualable generación yugoslava del 68, venían arrasando en cada
campeonato europeo, humillando a soviéticos, italianos, españoles… Pocos
meses antes, Kresimir Cosic había hecho debutar a tres de ellos —Kukoc, Radja y Djordjevic-— en el Eurobasket de Grecia,
y Divac ya había tenido la peor presentación posible en el Mundobasket
de 1986, en Madrid, cuando brindó la oportunidad a la URSS de remontar un partido imposible con unos pasos propios del juvenil que era.
Todos
ellos estaban bajo el radar europeo aunque no bajo el radar
estadounidense, que seguía despreciando absolutamente a cualquiera que
no hubiera salido de una de sus universidades. A los europeos se les
criticaba su falta de físico y de mentalidad defensiva. Normalmente, una
cosa iba unida a la otra, el ritmo de la NBA era simplemente demasiado
fuerte.
El
caso es que Kukoc y su generación aparecieron en un momento extraño
para el baloncesto yugoslavo, un momento de transición. La selección
llevaba ya siete años sin ganar nada, desde aquel oro en Moscú
sorprendiendo en semifinales a los anfitriones soviéticos. Eran los
tiempos de Delibasic, Dalipagic, Kikanovic, el propio
Cosic… Desde entonces habían salido muy buenos talentos sueltos,
anotadores compulsivos que se echaban el equipo a la espalda pero que no
conseguían unir sus fuerzas con éxito como equipo: los hermanos Petrovic, Cutura, Perasovic, Dusko Ivanovic…
Ese mismo año 1987, el combinado yugoslavo solo había podido ser bronce
después de caer con Grecia en las semifinales y ganarle a España en el
partido por el tercer puesto.
Yugoslavia
estaba acostumbrada a más. Los 70 la habían colocado como referencia
del baloncesto europeo y se sentía incómoda en los puestos intermedios. A
nivel de clubes, todo funcionaba mucho mejor: al Bosna Sarajevo de
Delibasic, sorprendente Campeón de Europa en 1979, le siguió la Cibona
de Zagreb con dos títulos en 1985 y 1986 mientras Estrella Roja, Sibenka
o Jugoplastika coqueteaban con las finales de torneos de segundo nivel
como la Recopa o la Copa Korac.
En
aquella época, salir de Yugoslavia antes de cumplir la treintena era
casi imposible. Drazen Petrovic había conseguido la autorización para
marcharse sin llegar a los 25 con la condición de que se quedara un año
más en Zagreb y no fichara por el enemigo estadounidense sino por el
Real Madrid. El resto de las grandes estrellas seguían jugando en sus
clubes de origen: Paspalj y Divac en el poderoso Partizán, junto a Djordjevic; Cvjeticanin, Drazen Petrovic y Zoran Cutura, en la Cibona; Nebosja Ilic y Goran Grbovic en el Zadar… Velimir Perasovic y Goran Sobin en la Jugoplastika de Split.
Ahí nos quedamos, en Split...
Lee de manera gratuita el artículo completo sobre Toni Kukoc, desde sus años en la Jugoplastika hasta su retirada en la NBA pasando por su participación en la Yugoslavia imbatible del 89 al 91, su fichaje millonario por la Benetton y sus tres anillos de campeón en los Bulls de Jordan y Pippen, en la revista JotDown.