Reconozco que a mí Labordeta, desde pequeño, me sonaba a rancio. Mi ancestral manía a los cantautores y más a los cantautores regionales. Me recordaba a algo pasado, fuera de sitio y de moda a finales de los 80 y principios de los 90 cuando me empezaron a preocupar esas cosas. Y entonces llegó "Un país en la mochila". No nos engañemos: el 80% de los nacidos en los 70 no hemos oído una canción de Labordeta y si la hemos oído no la recordamos... pero sí recordamos ese programa: aquel hombre bonachón, inteligente, con su capacidad de asombrarse y asombrarnos ante cualquier novedad, con su naturalidad de chico de pueblo ya grandecito.
"Un país en la mochila" dio la medida de un Labordeta cada vez más alejado de la música y le dio una posibilidad quizá nunca soñada de hacer política de verdad: en 2000, un nuevo partido, llamado Chunta Aragonesista y de cuyo ideario realmente nunca llegamos a saber nada, al menos en la capital, consiguió un diputado en las elecciones al Congreso. José Antonio Labordeta. El abuelo Labordeta. Si con la televisión consiguió nuestra atención, con la política logró nuestro respeto. Dejo una cosa clara: las ideas de Labordeta no eran las mías, en ocasiones, eran las contrarias a las mías. Pero estaba ahí cada día, desde su escaño del Grupo Mixto para defenderlas, claro que sí.
Defenderlas con honradez y palabras. Yo nunca le hubiera votado, de acuerdo, pero me alegraba de que estuviera ahí porque sabía que había algo en él incorruptible y honesto, algo que de alguna manera tenía que demandar mayor honestidad e incorruptibilidad en los demás. Le tocó la última legislatura del PP, que fue un chollo para las alternativas más o menos excéntricas de izquierda básicamente porque el PSOE se echó a un lado para recomponerse. Probablemente aún estaba recomponiéndose cuando le tocó gobernar y de aquellos polvos...
Labordeta era un ejemplo en cada intervención y en cada entrevista, incluso de 2004 a 2008 cuando, técnicamente era oposición, pero ya no tanto. Un ejemplo de pasión política y de respeto al adversario. Por supuesto, había en su discurso una superioridad moral inevitable: él estaba convencido de que sus ideas eran las mejores. Completamente convencido. Mañicamente convencido, diría. Pero aceptaba que otra gente -aunque le resultara incomprensible- pensara de otra manera. Es más, sabía que tarde o temprano habría que llegar a acuerdos con esa gente aunque solo fuera porque eran muchos.
Tuvo que vivir con la pregunta de cómo era Jiménez Losantos de alumno. La obsesión de este país por Jiménez Losantos es desoladora. Siempre decía que era uno de los más inteligentes que había tenido. Respeto, una vez más. Aquello era en realidad una loa a un talento perdido porque siempre enganchaba con un "pero...", como Obi Wan Kenobi hablando de Annakin Skywalker. Tengo curiosidad por saber qué dirá el lunes Losantos de él. Yo, al fin y al cabo, también soy este país y comparto sus obsesiones, claro.