martes, septiembre 28, 2010

Bret Easton Ellis en el Hotel Villamagna


Bret Easton Ellis juega y yo sé que juega. Te hace sentir especial y deja que te lo creas un rato, ¿cuánto? Media hora. Yo también juego y le miro a los ojos pero no me creo especial. Sé que no soy especial porque sé que él es un seductor y lleva más de la mitad de su vida dando entrevistas en países extraños -en un momento dado, perdido en un catarro contagiado la tarde anterior, asegura que los exteriores de "The informers" se rodaron en España, concretamente en Buenos Aires y Uruguay, luego pide perdón mil veces por el despiste-, así que tengo derecho a participar del juego pero en ningún caso a creerme ganador.

En media hora otro estará en mi silla y él seguirá en la suya.

Eso no quiere decir que no lo disfrute. Al contrario, probablemente la entrevista con Bret ha sido la más emocionante de mi vida: hablar con Ellis de Kurt Cobain o Courtney Love, discutir sobre la belleza y la decadencia, entrar en Elvis Costello y Clay y Blair y los hermanos Bateman... me hubiera pasado ahí toda la mañana y él consiguió que pareciera que también quería pasarse ahí toda la mañana. Puede que fuera cierto, ya saben, más vale lo malo conocido...

Dicen que Ellis era un gruñón o al menos un poco divo. Si lo era, ya no lo es. Parece perdido en sus libros y en la realidad. Perdido y triste. Una tristeza crónica, una insatisfacción crónica. Ahora bien, su juego es parecer que lo parezca. Esto es como una canción de mi madre: tú juegas a quererme, yo juego a que te creas que te quiero. Se extiende en las respuestas, con un acento claramente americano pero pausado, dirigiéndose sonriente no solo a mí, sino a Isabel, la traductora y a Eva, la representante de la editorial. Convierte la entrevista en una charla. Toda entrevista de verdad debería ser una charla, ese es el origen del término, pero los tiempos de promoción simplemente no lo hacen posible.

Uno puede aceptar gustoso una buena charla a las 10,30 de la mañana en su hotel de cinco estrellas pero igual seis charlas se le hacen largas.

En cualquier caso, Bret está encantador. So fucking charming. Habla de Blur y Oasis y Pulp y del poder de la belleza y la decadencia. Le gustan mis preguntas o juega a que yo crea que le gustan mis preguntas. Realmente da igual. Cien taleros imaginarios valen lo mismo que cien taleros reales. Coquetea, incluso. Le recuerdo a él, dice, los ojos, el entusiasmo... "sabes de lo que hablas", me dice, satisfecho. "Is that a compliment?" contesto yo. "Sure it is..." y sigue, sigue, sigue... Solo para la primera pregunta necesitó una introducción de tres minutos.

Cada respuesta parece una confidencia, aunque tú sepas que no lo es. Aunque tú le mires a los ojos sonriéndole, viniendo a decirle: "Venga, vamos a jugar, es muy  probable que me acabes engañando, pero al menos que sepas que que vas a intentarlo". Y supongo que lo intenta. Y que lo consigue. ¿Cómo saberlo? Da igual, volvemos a Kant. Kant y Ellis, dos estetas irredentos. Él habla de "narrative" continuamente para definir la compleja distinción entre persona y personaje. Es lo que yo llamo "estética", creo.

Escribí un relato sobre esta entrevista unos tres años antes de que sucediera. Era un buen relato. Sigue siéndolo, permanece inédito. "Yo también era el chico que quería ser Bret Easton Ellis", dice, cuando me presento. "You succeeded, at least", digo yo. "Not sure", contesta. Bret contra Bret, un momento bonito y emocionante. Pronto, en Neo2.