Aunque ahora parezca mentira, Michael Robinson no siempre presentó El Día Después. De hecho, comenzaron Nacho Lewin y Jorge Valdano, justo después de su retirada como futbolista -intentó llegar al Mundial de 1990 pero Bilardo lo descartó finalmente- y justo antes de fichar por el Tenerife y como diría el poeta, liarla parda. Lewin llevaba dos relojes. No recuerdo por qué, pero los llevaba y se preocupaba de recordárnoslo continuamente. Valdano era metódico y riguroso en el análisis. Fue el primer año de la era Cruyff, él sería clave en los dos siguientes.
El programa tenía encanto porque era en abierto. Nuestra oportunidad de ver la famosa "cámara super lenta" sin codificaciones y ya contaba con la pizarra cibernética para el análisis táctico -poco más o menos lo que luego sería el PC Fútbol- el famoso
"Lo que el ojo no ve" con curiosidades de los distintos estadios y un resumen de la liga italiana, el otro gran reclamo de Canal Plus en los años del Milan de Capello y la Juve de Roberto Baggio.
Fue en 1991 cuando se incorporó Michael Robinson. Robinson ya había deslumbrado en el Mundial como comentarista. Nadie se lo esperaba. Hace casi veinte años ya era capaz de hablar ordenadamente mal y que se le entendiera con una claridad absoluta. De hecho, hace casi veinte años hablaba igual que ahora. Robinson había sido un delantero centro tanque durante los 80 en el Liverpool y el Osasuna y encontró su papel en la vida como carne de televisión. Era un presentador buenísimo y un analista de primera. Recuerdo que Antic se lo quiso llevar como segundo entrenador cuando llegó al Atleti en 1995. Robinson pasó de la oferta y Gil se llevó el doblete.
La pareja Lewin-Robinson funcionaba. Uno era acartonadamente simpático y el otro era espontáneamente serio. Como un señor de alta sociedad intentando no parecer demasiado arrugado y un tipo de pueblo inentando agradar a los burgueses. El Día Después se convirtió en una referencia del fútbol de calidad y el periodismo de calidad, con reportajes impresionantes, como aquel de Benito Floro en los vestuarios de Lleida -¡
con el pito nos los follamos!-. Anda que no dio de sí esa frase en las aulas del Ramiro de Maeztu. A partir de El Día Después y su escuela se entienden todos los programas posteriores de PRISA: platós enormes y fríos, mesas de metacrilato y una sensatez a veces agotadora. El reverso de Punto Pelota.
Hubo una temporada que se fue Lewin y ficharon al Lobo Carrasco, recién retirado tras una aventura en el Sochaux francés. Aquello fue un desastre. Carrasco es un correcto comentarista pero un nulo presentador. Ramos Marcos se convirtió en mucho más de lo que jamás habría soñado y llegó a creer que sabía de fútbol. En ocasiones, aún lo cree. A todos ellos se les sumó Raúl, un jugador del Numancia, aquel Numancia que llegó a cuartos de final de Copa en 1996 y se la jugó en el Camp Nou a todo un Barcelona.
Después llegó Pedrerol, justamente Pedrerol, y entendió perfectamente de qué iba la historia. Un tipo inteligente, Pedrerol.