Mi hermano y yo nos fuimos a Alcobendas o a San Sebastián de los Reyes, no recuerdo bien. Teníamos 17 ó 18 años y llevábamos esperando la salida del juego desde el verano. No nos merecíamos eso. No nos merecíamos un CD Rom en mal estado que el ordenador no podía ni leer. Fuimos a Dinamic y se lo explicamos a los señores que mandaban. Nos dieron uno nuevo y volvieron las palpitaciones, la ansiedad, el entusiasmo silencioso del niño pequeño.
Grunges de mierda.
No sé si era el PC Fútbol o el PC Calcio. Para ser honestos, mi hermano y yo jugábamos a los dos e incluso al PC Apertura, cuando lo sacaron. Era un juego modestísimo, todo basado en la táctica y con un simulador lamentable. El mérito consistía en fichar bien y barato y saber colocar a los jugadores en el campo. Era, además, bastante democrático, es decir, si te lo currabas lo suficiente podías ganar la liga con el Racing o el Athletic de Bilbao o hacer que el Hércules y el Udinese fueran los paradigmas del juego espectáculo.
Gracias a Dinamic nos aprendimos todos los jugadores de la liga y los extranjeros. Cuando un equipo fichaba a alguien nosotros ya sabíamos si iba a funcionar o no y en qué posición debería jugar. Lo mejor eran las pretemporadas, todo aquel movimiento de mercado, secretario técnico, ojeador de juveniles, intercambio de cromos. Pusimos nuestras propias reglas al capitalismo salvaje: limitamos los fichajes entre nuestros equipos para que el pez grande no se comiera al chico y hacíamos un draft manual al principio de temporada para que la cosa no se desequilibrara demasiado.
Cada año, más o menos, se colgaba el sistema y todo lo hecho no servía para nada.
Gané un montón de ligas con la Lazio -Marchegiani, Favalli, Nesta, Negro, Signori, Nedved, Protti, Casiraghi, Fuser...- y mi hermano se llevó alguna con el Parma. A mí se me daba mejor el fútbol y a él se le daba mejor el baloncesto -Lakers vs Celtics, reedición continua de los años 1988/89 en sucesivas temporadas hasta que apareció el NBA Live-. Llegó el momento en el que para evitar piques dejamos de jugar nuestros propios partidos. Nos sentábamos y los veíamos.
A nuestras novias eso les encantaba. Sabían que perdíamos media vida delante de un ordenador pero no sabían que la perdíamos
mirando el ordenador, ni siquiera aporreando el teclado. Se quedaban ahí, entre la risa y el llanto, sin entender nada o sin querer entenderlo, que no es lo mismo.
Comentaban Michael Robinson y Carlos Martínez. Creo que hicieron una versión con Joaquín Ramos Marcos también, puede que me lo esté inventando. Nos sabíamos todas las frases hechas, por supuesto, y las aplicábamos a la vida real. Casi todo lo que sé de los hombres lo aprendí del fútbol, creo que esa frase es de Albert Camus, pero puede que también me la esté inventando, tengo un día de lo más imaginativo. Los lunes por la noche le pedía a mi madre que me grabara "Fiebre de fútbol" en VHS. Los martes recogía la cinta y me pasaba la tarde en casa estudiando los partidos del Piacenza y el Southampton de Matt Le Tissier.
Mi hermano no necesitaba vídeo. Tenía Canal Satélite Digital en su casa. Siempre se negó, eso sí, a utilizar la tarjeta pirata.
Un año sacaron la llamada "liga promanager", que consistía en coger un equipo en 2ªB y ascenderlo poco a poco o ir aceptando ofertas de equipos más importantes. Era un juego algo solitario y demasiado sencilla. Fui campeón de Europa con el Villarreal y el Leganés. Luego me di cuenta de que casi todos mis amigos también lo habían sido. El Madrid nunca llamó a mi puerta. Tampoco el Barcelona. Como mucho, el Rácing de Santander. Allá donde fuera, siempre me acompañaba Fernando Sales.