El título es sugerente, pero se trata de la reseña de la película de André Techiné. Aquí tienen el enlace original de Notodo.com, por si lo prefieren.
Siguiendo la línea de Villa Amalia, la recientemente estrenada película de Benoit Jacquot, nos encontramos con otra película francesa en la que la identidad, o más bien la crisis de identidad frente al entorno, ocupa el lugar principal en la trama. La chica del tren es la historia de una joven que no sabe quién es ni qué quiere ser. Tiene claro que quiere que la quieran, como todos, pero tampoco acaba de dar con la clave de su inconformismo vital. Un peligro público, en definitiva. Es la historia también de un montón de mentiras; todas las mentiras que a veces creemos que necesitamos para sentir el apoyo de los demás; todas las mentiras que los demás aceptan sin verificar y todas las mentiras en las que se basa la sociedad para mantener cierta cordura: la hipocresía familiar, la hipocresía política, la hipocresía de la prensa.
La crítica de André Téchiné -Los Juncos Salvajes, Los Ladrones- es sutil pero a la vez demoledora. No deja títere con cabeza. Adaptando un hecho real, que no te podemos desvelar sin contarte media película, nos muestra la enorme fragilidad de determinadas personas y lo volátil de la identidad cuando ésta depende de una tarjeta de visita. Quién eres, qué haces, qué pueden esperar los demás de ti. Jeanne, magistralmente interpretada por la prometedora Emilie Dequenne, se mueve en los angustiosos puntos intermedios de la post-adolescencia buscando el cariño que no encuentra en casa, donde su madre, Catherine Deneuve, parece más ocupada en darle libertad que en enseñarle qué demonios hacer con esa libertad. La libertad de no saber quién eres y tener que mentir para que te acepten.
Aparte de una historia contundente, Téchiné mantiene su facilidad de anteriores películas para colocar a los personajes por encima de todo, con sus conflictos y sus inseguridades, de manera que la empatía resulta inmediata: esa envidiable capacidad francesa para narrar el amor o su ausencia con sólo dos miradas y cuatro palabras. El amor, la mentira y los otros. Como ves, no es cuestión de inventar nada sino de acertar con la combinación correcta.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
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