domingo, junio 27, 2010

Adiós a la Raza Becaria


Ella misma se llama "rancia becaria" y yo no quiero llevarle la contraria. No es una de esas chicas a las que les llevas la contraria así como así, desde luego. La conocí de casualidad. Ella me conoció a mí, más bien, ya saben, como aquella canción de los Beatles: "I once had a girl or should I say she once had me". Cenamos algo parecido a una milanesa en un restaurante italiano y nos fuimos a la fiesta de unos amigos suyos. Había nacido en 1984 y parecía tener una curiosidad asombrosa.

A ella -a Ana, llamemos a las cosas por su nombre- le habían gustado algunas de mis entrevistas pasadas, en especial las de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge. A mí me empezaron a gustar todas las suyas, porque en sus entrevistas se hablaba de los músicos o de los artistas y ella no aparecía más que como una voz que apuntaba pequeños detalles. Tenía capacidad de reacción y una facilidad asombrosa para salirse del plano. Mis entrevistas variaban en muchas cosas, incluido sobre todo el entrevistado, pero siempre se me veía a mí detrás de cada pregunta. Y si no se me veía, me metía yo sin venir a cuento en la foto.

Su primer mensaje por Facebook fue algo así como "¿Eres tú Guillermo Ortiz el que hace entrevistas?, porque perdona que te diga pero tu nombre es muy común". Y eso lo decía una Ana.

He estado tentado muchísimas veces de hacer un post sobre su talento y su capacidad para escribir maravillosamente bien y contar cosas con sentido y humildad. Si algo sobresale de Ana Boyero, de la Rancia Becaria, es su capacidad de esfuerzo y su tremenda constancia. Ella probablemente piense lo contrario: que no se esfuerza lo suficiente y que en el fondo es una inconstante que nunca acaba lo que empieza, capaz de irse a Londres y dejar un curro en La Sexta solo por su empeño absurdo en tener 25 años y vivir la vida. Yo pienso lo contrario, pienso que es constante incluso en su inconstancia y que nadie se toma la aventura tan en serio.

Hicimos un viaje juntos a Barcelona. Dos viajes, de hecho. El de ida y el de vuelta. Aquello fue raro pero bonito, porque hacía meses -¿años?- que no llegaba a una ciudad acompañado, que no bajaba del tren comentando qué bonito era todo y haciendo planes para la tarde o la noche. Los dos teníamos que trabajar, cada uno en lo nuestro. Al final ni nos vimos. Yo naufragué en un periódico imposible y a ella le salieron tres entrevistas maravillosas.

En fin, que Ana Boyero se nos va a Londres y se despide con otro post brillante, uno de esos posts que podría firmar yo perfectamente si tuviera su sentido de la ironía. Léanla ahora que aún están a tiempo y échenla de menos como nosotros, los que en algún momento nos acercamos a conocerla, la echaremos el próximo año.