Pedro y yo salimos de Chamartín a las 14,30 rumbo a nuestro primer festival como cortometrajistas. Tiene un punto emocionante, por supuesto, aunque ninguno de los dos entienda cómo es posible que se tarden dos horas y media en tren para llegar a Medina del Campo teniendo en medio solo dos paradas: Ávila y Arévalo. El caso es que llegamos y en la estación nos espera un coche de la organización.
No, no somos VIPs, estamos muy lejos de serlo. La razón es que Álex Montoya me ha mandado un papelito para que presente "Marina" y tenemos el tiempo más que justo. Junten todas estas cosas: primer festival de cortometrajista, tren interminable, coche a toda velocidad para llegar a tiempo y encuentro con Letica Dolera en el hall del Auditorio y entenderán el consiguiente ataque de ansiedad mientras leía el texto de Álex. Tanto, que me faltaba el aire, fíjense, con lo que me gusta a mí un escenario y que me pase eso. Creo que la gente estaba más pendiente de que no me desmayara que de lo que tenía que decir sobre el corto. Espero haber ganado así el voto de las ancianitas.
El caso es que los nervios se me quitan nada más bajar, de un salto, del escenario, y nos despedimos de Leticia y Antonio Barroso, el actor del corto, y nos vamos a tomar algo al "Coco´s". Está bien volver a Medina porque uno ya se sabe las calles, los sitios, las caras, y puede dar indicaciones como si fuera parte de la organización, sentado otra vez en el ordenador de la recepción del Hotel La Mota, mientras van llegando Ainhoa Menéndez, de "Fábrica de muñecas", Hatem Khraiche, de "Genio y figura" y el habitual paseo de directores algo despistados.
Un extracto de la conversación con Leticia y Antonio:
- ¿Os quedáis esta noche?
- Sí.
- Ah, yo también, pero me voy mañana.
- Nosotros también.
- Ya, es que el sábado me piro a Málaga.
- Vaya, como nosotros. Pero nos volvemos el lunes.
- ¡Yo también me vuelvo el lunes!
Una incómoda sensación de que se crean que soy un psicópata que les persigue, ¿qué puedo hacer yo ante las casualidades? Durante años no conoces a una persona y en una semana te la cruzas cinco veces, eso es así y pasa y si eso no fuera así de entrada no existiría el cine.
Ni la literatura.
Llega Pablo Calvo de Castro, nuestro director salmantino-zamorano y los tres nos marchamos al Balneario de Las Salinas a ver el pase de los cortos de Castilla-León. A las ocho de la tarde. Un jueves. A unos tres kilómetros del pueblo y solo accesible en coche. A la misma hora que jugaba el Madrid. A la misma hora que echaban a Haneke en el Auditorio. Imaginen el éxito de público. Ahí estábamos los equipos de los cortos y alguien de la organización. Unas 20 personas aplaudiéndose a sí mismas. Buen intento. Nivel muy bajo, por cierto. Siento decirlo porque nosotros ni siquiera hemos ganado, pero al menos nos fuimos con la sensación de que hemos hecho algo distinto y cuidado.
Y que sabemos lo que es un salto de eje. Incluso corregirlo cuando se nos cuela.
Pablo tiene que volver a Zamora en coche y no se le puede hacer tarde. El Madrid remonta al Almería y nosotros nos tomamos dos hamburguesas por cabeza en la Comic. Gafas de pasta, vaqueros, zapatillas y hamburguesas, los cortometrajistas perfectos. A eso de las 23,30 salimos a dar una vuelta. No hay nadie. Nos dicen de ir al Pichi, como el año pasado y al rato entra Eduardo con Hatem. Luego se anima un poco la cosa y en seguida se vuelve a desanimar. Las cenas, para la gente importante.
La gente menos importante nos quedamos en la barra del Pichi -Hatem, Pedro y yo- dándole ahí duro, que si productoras, que si proyectos, que si este corto que si este otro. En todas partes cuecen habas. Luego cambiamos al CafeTal, un sitio con un volumen improbable que acaba con cualquier garganta. Luego ya al hotel, a dormir en la 205 y discutir, sin mucho empeño, sobre castas.