Así que vino el bajón, lo cual era de esperar. Vino el bajón, acabó el partido del Barça -aprendamos una cosa y aprendámosla lo antes posible: Messi no puede jugar de delantero centro, es lo mismo que anularlo-, paseé entre las terrazas mojadas, tomé una baguette de chorizo en un bar medio vacío y decidí esperar a los chicos de "Freek!" en la habitación del hotel mientras ellos se duchaban y se preparaban para la fiesta de inauguración.
Yo, para variar, no tenía entradas. Yo, esta vez, decidí rendirme y no esperar colas ni pedir favores sino coger el libro inacabable de Cormac McCarthy, meterme en la cama, apagar el móvil y esperar a que el agotamiento físico y mental pasara como por milagro.
Lo siguiente que supe fue una alarma a las 8 de la mañana que me anunciaba el pase de las 9 de "Que se mueran los feos". Puestos a rendirnos, pensé, rindámonos del todo, apagué la alarma y seguí durmiendo. Algo impropio, ya lo sé, pero necesario. Voy a confesar una cosa que va más allá de la lluvia y de algún ataque de entusiasmo momentáneo: me estoy hartando mucho de los festivales. Es cierto que hace falta estar en un festival para hartarse de él, algo parecido a lo que decía Hache sobre las fiestas, pero todo este rollo de las castas, las llamadas perdidas, los emails no contestados, la sonrisa constante, los horarios impropios... todo esto, señores, me empieza a parecer un sinsentido.
Es una pena, este blog será más aburrido.
El caso es que en Málaga jarrea. A base de bien. El año pasado sucedió lo mismo pero me importó menos. No sé por qué. Consigo cruzar la acera para desayunar en el bar de enfrente -los bares cambian, los desayunos no: descafeinado, zumo de naranja y croissant a la plancha- y ando como un pato para no resbalar hasta llegar al Cervantes al pase de las 12. No sé ni qué peli ponen, no me han dado ni un miserable programa en el departamento de prensa y tengo que pillarlo allí mismo, en el teatro.
La peli se llama "Planes para mañana" y parte de unas muy buenas intenciones: conversaciones por chat, un concierto de Anni B. Sweet y la elección del 14 de noviembre como fecha clave de todas las casualidades. Película independiente con muchos tópicos pero también mucho entusiasmo, actuaciones aceptables y un dramatismo algo exagerado en ocasiones. Me gustó. No me entusiasmó, pero me gustó. Excelente final.
En cualquier caso, está bien que la gente haga este tipo de películas diferentes. Yo animo a hacer cosas diferentes y no repetir todo el rato lo mismo. Salvo que lo hagan muy bien. Si hacen siempre lo mismo y lo hacen muy bien, ya digo, conmigo no van a tener problemas. Pero para enamorarme, en medio de la lluvia y los cuartos de baño, van a tener que hacer algo distinto.