Yo podría ser de izquierdas perfectamente. Podría ser eso que se llama ahora con tanta insistencia "socialdemócrata" y que, superioridades morales irritantes aparte, consiste en el reparto de determinados bienes comunes e imprescindibles como pueden ser educación, sanidad, subsidios de ayuda a minusválidos, desempleados, etc. Impuestos y estado.
Sí, yo podría entrar ahí sin problema, incluso Arcadi Espada me recibió recientemente al elegante grito de "Hombre, ya está aquí este cabrón socialdemócrata", y hasta cierto punto me hizo ilusión.
Lo que no podré ser nunca es revolucionario. Desde que vi "Bananas", por lo menos. Ahora me pueden explicar todas las bondades de las dictaduras socialistas más o menos camufladas y de la militarización de la educación, la sanidad, las ideas... es decir, todo el mundo tiene acceso a las mismas mentiras, y eso es algo mejor que el analfabetismo. Las dictaduras, en general, funcionan bien, en todos los ámbitos. Mezclan ese rasgo militar con uno claramente religioso: la veneración al líder, el buenismo absoluto, la lucha contra los demoníacos infieles... Militarismo y fanatismo. Léase Cuba o China o la URSS o Vietnam, Corea, Albania y ese largo etcétera.
Si quieren más información sobre la relación entre religión y revolucionarismo de izquierdas, basta con ver "Capitalismo", de Michael Moore, un auténtico filón para entender muchas cosas, de un lado y del otro.
El problema de ese socialismo entendido
à la siglo XIX, una hermandad perfectamente unida bajo unas mismas reglas y un mismo amor, es decir, el Evangelio, es que tolera mal las excentricidades. No es que las tolere mal, es que las elimina. No las comprende y por lo tanto no existen. Aquí podríamos poner ejemplos muy tópicos de disidentes, librepensadores y demás agentes encubiertos de la CIA para socavar desde dentro la revolución que dirían Castro, Chávez, Morales o Willy Toledo, pero nos vamos a quedar, por una cuestión de actualidad, con los homosexuales.
Los revolucionarios mesiánicos han tenido unos problemas horrorosos con la homosexualidad. El homosexual, para ellos, es casi por definición, un excéntrico. Alguien peligroso. Alguien que se sale del desfile y para ellos la sociedad no es más que una sucesión de desfiles con carteles de sus líderes. Es decir, una continua procesión de Semana Santa. Los homosexuales siempre han sido perseguidos en todas las dictaduras: de izquierda, de derecha, sin ideología...
Las recientes declaraciones de Evo Morales vinculando los alimentos transgénicos a la calvicie y la homosexualidad lo dicen todo del nivel intelectual de Morales y de los que le apoyan. Obviamente, este hombre sigue entendiendo la homosexualidad como un vicio burgués y puesto que el ciudadano, también por definición, es ordenado y sigue patrones igualitarios, no queda más remedio que afrontar la cuestión como una desviación. Una desviación patológica. Un ejemplo del mal que aún hay que erradicar en el mundo.
Los transgénicos, la Coca-Cola y los homosexuales, esa santísima trinidad del mal.
Yo entiendo que no se quiera dedicar demasiado tiempo a analizar el pensamiento político de Morales, ni de Correa, ni de Chávez, ni de Ortega y así sucesivamente. Por eso, el escándalo ha sido mínimo. Las revoluciones son mucho más bonitas desde lejos, dónde va a parar. Una vez dentro, aquello es una sucesión de chistes de Woody Allen y poemas de Martin Niemöller. La fe es mucho mejor que la razón, dónde va a parar. Mucho más tranquilizadora, al menos.