La gran novedad política española de la última legislatura hay que buscarla sin duda en el surgimiento de partidos que apelan a la ciudadanía como elemento clave de su proyecto. En ambos casos -Ciutadans de Catalunya y Plataforma Pro- ha habido un grupo de intelectuales detrás dispuestos a cambiar las cosas y acabar con la decadencia que viene inundando la realidad política, social, institucional del país.
El concepto de ciudadanía pretende entregar al hombre lo que es del hombre, por encima de cualquier convención de raza, religión, lugar de nacimiento... el hombre desnudo, como se presentó Albert Rivera a las elecciones catalanas de 2006. Pretende recuperar algo perdido: el poder de decidir y de decidir con sentido, por encima de intereses y prebendas.
Por supuesto, muchos abrazamos en su momento con entusiasmo un movimiento así. Básicamente, todos los que no entrábamos en la Iglesia de la izquierda ni en la Iglesia de la derecha. Los que apostábamos por la convivencia por encima de la división, los que veíamos en la división un mero artificio, una pelea de actores de spaghetti western en el desierto de Almería.
Lamentablemente, a los intelectuales les siguieron los políticos. El hombre desnudo resultó ser un ex-militante del PP que había intentado medrar en diversos partidos con anterioridad. Los ciudadanos de Fernando Savater y Carlos Martínez-Gorriarán se apresuraron a aclarar: "Somos de izquierdas", como si no hubiera el menor contrasentido entre esa afirmación y su proyecto inicial.
Es difícil saber si hay sitio para estos terceros partidos en nuestra sociedad. Probablemente lo haya para un partido que se declare por encima de los conceptos de izquierda y derecha, para un partido realmente desnudo. En Cataluña lo creyeron. Difícil lo tienen los que desde el principio se posicionan junto a una de las grandes Iglesias porque las Iglesias tienden a ser excluyentes. "Nosotros somos la izquierda", rugen sus sacerdotes y todos los demás -Rosa Díez, la primera- son remedos de fascistas.
Mi esperanza era encontrar un elemento no religioso dentro del arco parlamentario. Dar esa posibilidad a pensadores que realmente admiro y con fervor. Sin embargo, los políticos siguen estando ahí, con sus credos y sus comuniones. Y los de en medio nos seguimos sintiendo en pelotas.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 9 horas