Hay algo de estética del francotirador en el protagonista del nuevo libro de Olmos, Santiago, un joven solitario, pragmático, con un claro gusto por el cinismo y que se ajusta a la realidad según la realidad viene, sin pretender grandes cambios ni revoluciones. Como el mismo personaje dice en un momento dado: "No existe mi forma de ser, existe una reacción de ser". Somos según existimos y en la circunstancia que nos corresponde. Estas frases resumen un poco "Ejército enemigo": muy buenas ideas demasiado troceadas, sin profundizar, lanzadas al lector como se lanza un eslogan publicitario.
Sin duda, el libro es una crítica al "buenismo" y si queremos ser más exactos al "buenismo progre". Si esa crítica proviene del propio Olmos o simplemente de su narrador lo desconozco. La figura de este escritor se ha visto envuelta en tantas polémicas que he preferido mantenerme al margen. Reivindico la capacidad de un libro para defenderse por sí solo. No conozco a Olmos, no tengo referencias de él, me es indiferente si piensa igual que Santiago o no. Lo que tengo frente a mí es a Santiago y en Santiago me centraré. Creo que es lo que debe hacer un lector y más aún un crítico.
Las primeras cien páginas de Santiago, algo más, son deslumbrantes. Tengan esto en cuenta porque no es fácil encontrar en España a un escritor que nos ofrezca cien páginas deslumbrantes. Tiene algo de Patrick Bateman de barrio pobre. Un Patrick Bateman a la orilla del Manzanares que lo desprecia todo: la suciedad, la porquería, la pobreza... y los discursos que pretenden que la suciedad, la porquería y la pobreza van a desaparecer por arte de magia. Un hombre que no cree en la solidaridad porque no cree en el contacto con los otros. Lo dicho, es un francotirador, disparando desde su azotea a uno y otro bando sin importarle los uniformes.
Ahí entra uno de los problemas del libro: frente a la complejidad de Santiago, los demás personajes son demasiado planos. Efectivamente, sus uniformes no importan y además no se los quitan nunca. Si Olmos pretendía que esa fuera la visión de Santiago, sin más, el único problema es la insistencia machacona en el estereotipo. Si pretendía hacer un retrato social, el fracaso es obvio: el "buenismo" en la sociedad occidental tiene muchas aristas y a mí me parece muy bien que alguien coja y las trate. Incluso que las trate con cinismo y crueldad. El problema es cuando no sabemos si eso es una exageración de un personaje o un ensayo sociológico. El libro juega con las dos posibilidades, en una cierta ambigüedad: como retrato desde la perspectiva de un narrador, me interesa. Como cosmovisión de nuestros días, es pobre, le faltan colores y matices.
No todos los "progres" son tontos, escuchan los mismos discos, citan a los mismos autores, llevan las mismas camisetas y van con rastas por el mundo. Hay veces que algunas descripciones de Santiago las hubiera firmado el mismísimo Salvador Sostres.
Todo esto choca con el retrato interior de Santiago, que es riquísimo: su relación con el mundo, esa distancia infinita con respecto a todo y ese rencor que hay dentro de él hacia todos: hacia su barrio y sus vecinos por deleitarse en la miseria, una miseria económica y sobre todo estética, y hacia los niños bien de las ONG por arrogarse la superioridad moral de la "lucha", en forma de manifiesto, concentración o sentada con pancartas.
La relación de la publicidad con los movimientos "anti-sistema" es un punto decisivo para entender estos tiempos: la retroalimentación. Cambiar el mundo mediante el hashtag, el sueño de Lluis Bassat.
Como digo, la primera parte es brillante: el personaje, su obsesión con Internet, el papel de Internet en nuestras vidas, el papel del porno en nuestras vidas, las relaciones de poder, las superioridades morales auténticas o fingidas... todo apunta en una excelente dirección.
El problema es que de repente, a mitad del libro, el autor elige otro camino: elige el misterio. La resolución de un misterio. Además, todo a partir de una frase -un eslogan, para variar- que como detonante deja mucho que desear. Ahí, el caminar es torpe: muchas pistas no se entienden, no hay una motivación clara entre causas y consecuencias, la paranoia de Santiago recuerda a las paranoias de los últimos personajes de Ellis, siempre en continua sospecha, siempre en continua persecución. No hay en esa parte detectivesca bases sólidas y se incluyen errores de bulto, incoherencias... con la sensación, además, de que nada de eso es necesario.
Como un síntoma más de la torpeza, Santiago empieza a repetirse de una manera cansina, obsesiva, página tras página. Eso se podría arreglar con otros personajes, pero en realidad el único personaje de esta novela es Santiago. Lo demás son arquetipos, personajes planos que no avanzan ni retroceden un milímetro desde su aparición a su última frase. No hay nada más allá de Santiago, el ejército enemigo reducido a un partisano enloquecido. La falta de profundidad se hace notoria, sobre todo si la comparamos con la riqueza de detalles de la primera parte de la novela.
Como detective, Santiago es un desastre y la trama en sí interesa poco. Repite datos y temores sin llegar a aportar nada nuevo. Los mismos datos, los mismos temores, muchos de ellos cogidos con alfileres. Los demás, desde un principio, no sirven más que como decorado. Igual que los Carruthers, McDermott y compañía en "American Psycho".
"Ejército enemigo" no es ni mucho menos un mal libro. Uno ha leído suficientes malos libros como para saber diferenciarlos. Hay detrás un escritor potente, un narrador efectivo que en un momento dado parece caer en su propia trampa y se pierde en obviedades. Pero hay un estilo, hay un cuidado, hay un gusto por no escribir lo primero que se viene a la mente.
Analizar el libro desde la perspectiva del autor, quién es el autor, qué piensa el autor, es una manera de hacer este trabajo pero suele acabar en tangana. Me quedo con el placer del lector y en un momento dado con su cabreo. Esta historia de francotiradores y soñadores da más de sí, es evidente. Sería interesante que el autor la retomara más adelante; si quiere, de manera maniquea y obsesiva, porque los personajes pueden ser todo lo maniqueos que gusten, pero no simplista. Eso nunca.