viernes, septiembre 26, 2008

El Camino a Londres


Octavio dice "eres uno de nosotros", con su acento brasileño y me pasa la mano por el hombro en señal de reconocimiento al hermano pequeño (o grande, nunca se sabe). Entramos en la fiesta. Tenemos una invitación, pero nos colamos cinco: Tirma, Alain, César, Octavio y yo. Luego entran Dani Diosdado, Jesús...

Las fiestas en San Sebastián son imprevisibles. El otro día intentamos entrar en la de la peli de Rosales (Wanda Films) pero fue imposible. Sin piedad. Hoy, sin embargo, en el salón Britannia del Hotel Londres, no ponen mucho interés en quién lleva invitación y quién no. El salón está medio lleno, porque coincide con la fiesta de Loewe, la más "glamourosa" de un festival nada glamouroso, y en el fondo hasta queda bien que haya gente por ahí pululando.

Las copas son gratis. Nerea Camacho juega con sus amigas de colegio ficticio y Manuela Vellès sonríe todo el rato, sin parar. Javier Fesser, no. Un día largo para él, supongo.

Actúa Russian Red. Es una auténtica pena, porque Russian Red, un grupo de guitarra, cuerda y sintetizador, no es el más adecuado para una fiesta así. El sonido es terrible. La gente no se calla. Frente al escenario improvisado, un grupo de gente se sienta y escucha. ¿Cuántos? Diez, quizás, de entre unos 150 invitados.

Sin embargo, la cantante aguanta. Actúa. Esto era un festival, ¿no? Hace como si su voz se oyera, como si el micrófono no se acoplara, como si la gente no estuviera solapando su música con una cháchara que podrían parar 20 minutos y no pasaría nada. Mañana tocan en Madrid, me dice, apresurada, recogiendo cosas y haciéndose multitud de fotos. Es una celebridad ahora, Russian Red. Esto funciona así supongo: de repente, un día...

Tirma quiere hablar con Fesser. Todo el mundo quiere hablar con Fesser y Fesser sigue serio. Los dos Fesser, de hecho. Emiliano discute y luego deja de discutir y vuelve a ser encantador y deambulo por el salón, copa en mano, americana en el ropero, y me pongo a hablar con Manuela de su debut con Medem, de la película, de algunas similitudes, de posibles entrevistas... hasta que Juan Luis Cano se excusa conmigo -no sé si se excusa por esto o por lo de esta mañana, no sé si se excusa, de hecho- y la saca a bailar e insospechadamente Dani y yo acabamos hablando sobre una tal Belén y charlando con los padres de Nerea.

Nerea, la pobre, 12 años recién cumplidos, está agotada. Son casi las tres de la mañana y lleva unas 15 entrevistas, dice su madre. "No, 15 no. No tantas", apunta ella, que tiene que soportar todo esto con una paciencia infinita, con un punto casi cruel en el que la felicidad por la fiesta se junta con las miradas constantes, las felicitaciones, las conversaciones y los consejos frente a los que una niña sólo puede sonreir.

Nos van echando. Poco a poco. Nuria canta flamenco a las puertas del hotel y los demás vitoreamos. Torcemos hacia la izquierda. La marea está baja esta noche en la Concha y el hotel Igeldo ya no luce. Sleeping is giving in, decidimos, nosotros también, y prolongamos la madrugada, algo fría, Octavio, César, Tirma y yo, en la terraza del Bataplán, casi tocando la arena.