martes, agosto 18, 2009

Chamberlain, South Dakota


Harold trabaja todos los días doce horas. Así nos lo dice mientras cerramos los papeles en su oficina. Trabaja doce horas y no puede andar pagándole las cosas a la gente que no trabaja. No le parece justo. Estamos en Sioux Falls, inicio de Dakota del Sur y por lo tanto verdadero inicio del Oeste americano y patria de los sioux, como su propio nombre indica. Una tierra de reservas y casinos. Inés, mi hilo en este laberinto, dice que la imagen actual de los nativoamericanos -los indios- es la de un tipo en un bar, borracho, a punto de meterse en una pelea.

Su dinero, básicamente, sale de los casinos. La historia de los casinos probablemente la conozcan y si no la conocen probablemente no les interese, pero se la voy a contar igual: las leyes federales no afectan a las reservas y por lo tanto, los nativoamericanos pueden darse sus propias leyes y por ejemplo legalizar el juego, y así competir con Atlantic City y Las Vegas, los únicos sitios de EEUU donde el juego está aceptado.

Qué hacemos en Sioux Falls con un empleado conservador? Arreglar a Ramón. De hecho, Ramón nos ha dado bastante la lata todo el día: salimos tres horas tarde, colocando ruedas y matrícula, luego, de manera inesperada, en la W90 de Minnesota, empezó a perder potencia. No es que se parara, pero no aceleraba. De 65 pasamos a 50 y no había manera de seguir. Nos desviamos en Welcome, un lugar improbable, con calle principal vacía, un puesto de correos, un par de bares turbios y un mecánico que no quería trabajar y contestaba a todo con evasivas. Nos dijo que lo lleváramos a otro pueblo y así lo hicimos.

Otro pueblo de Minnesota, típico pueblo de "aparecen muertos dos turistas españolas en Carson, Minnesota, tras ser atacados por un grupo de moteros que querían robarles la cámara de fotos". O una secta satánica. En este otro pueblo, el mecánico, un señor de 60 años, sonriente y pequeñito, con su mono y su calva y algo de pelo blanco, nos echa un líquido mágico en el tanque de la gasolina y nos aconseja que lo llevemos a un sitio más grande, donde nos puedan cambiar los filtros. Por ejemplo, Sioux Falls, que al fin y al cabo está a 100 millas solo.

Las distancias en este país. Imagínense a alguien que se parara en Arévalo, por ejemplo, y le dijeran: "No nos quedan piezas de repuesto de este modelo, pruebe a Madrid, son solo 160 kilómetros.



Nos incorporamos a la W90 y volvemos a bajar de 65 a 50. De hecho, en las cuestas nos quedamos en 45, pero en las bajadas llegamos a los 70. Tiene un punto divertido. Un punto "Little Miss Sunshine", nuestro Ford Festiva amarillo de 1990 adelantando y siendo adelantado según el desnivel de la carretera. Las millas bajando de 100 a 0 y luego ya Harold y dos horas de reparaciones y paseos y filtros y ajustes hasta que Ramón deja de toser y se pone bueno y la mujer de Harold le prepara la cena y nos desea un buen día -aquí siempre, absolutamente siempre, hay que decir "have a nice day" o a lo sumo "have a nice rest of the day"- y nosotros vemos atardecer y ponemos rumbo a Dakota.

Es un atardecer largo. Un atardecer de postales y lagos manchados por el sol derretido. Esas cosas, ya saben. Lo han leído mil veces. Dakota es más amarillo, me parece. Más inmenso, en parte, sin nada a los lados, solo explanadas de terreno. La tarde se convierte en noche, y nos movemos en medio de una nada de doble sentido. Al fondo del todo, Chamberlain, una reserva y el río Missouri a oscuras, completamente a oscuras, esperándonos ya para mañana porque hoy hemos llegado tarde.

Río Missouri y Badlands. Si hay camping, no habrá Internet. Puede incluso que un oso se coma toda mi ropa. A veces, pasa.