viernes, agosto 21, 2009

Cody, Wyoming


Cody is no Almería. Cody es el Oeste, no tanto como lo es Ten Sleep, con sus diners y sus vaqueros y su convención de moteros y la sensación de que algo podría ir mal en cualquier momento, carretera comarcal, main street con state, batido de chocolate y mirada desconfiada, pero es el Oeste. Cody, con sus rodeos a las ocho de la noche, ya oscuridad absoluta en América, con sus cowboys montando a caballo en medio de la calle y esa sensación de que prácticamente todo el mundo va armado. Amables, claro, pero armados.

Alguna tienda ocasional, por supuesto. En el Oeste lo que se vende es la macarrada y ponen cara condescendiente, de Chuck Norris, y dicen:" Venga, va, inténtalo tú también, haz el ridículo comprándote un sombrero como el mío, unas botas como las mías, una réplica de mi pistola. Make my day", y los turistas compran, claro que compran, estamos a los pies de Yellowstone, esto no es Almería, vale, pero tampoco es el desierto de Sonora.

Haciendo el recuento en el coche, nos salían diez estados visitados y tres por visitar. Solo hoy, de Sturgis a Cody, hemos hecho casi 600 kilómetros. Carreteras principales y secundarias. Del esplendor de la montaña a la pradera vacía y yerma, extractoras de petróleo y la Devil' s Tower recordándonos que habíamos cambiado de película, que ahora estábamos en "Encuentros en la Tercera Fase". Wyoming y sus nubes bajas y su sensación de Arizona, de diligencia, de ataque imprevisto en cualquier momento.



Decidimos improvisar y cambiar el itinerario para ser más turísticos aún. De la 90 pasamos a la 16 y atravesamos el Big Horn National Forest. En Dakota todo era Custer, aquí todo es Buffalo Bill. Pasamos de un general a un macarra. Me pregunto si habrá por Andalucía monumentos a Curro Jiménez. O al Algarrobo. El Big Horn National Forest no es Black Hill ni es Badlands, pero aun así es impresionante. Arriba y abajo. Pinos y precipicios y riachuelos y piedra esculpida por la erosión del viento y lagos enormes y luego de nuevo la nada y el petróleo y el humo de los incendios.

Las carreteras se hacen verdaderamente infinitas y los destinos se ven a 30 millas de distancia. Ramón, en ocasiones, protesta. Inés se preocupa como buena madre.



En vez de comer, de comer de verdad, vamos picando porquerías por el camino: Ten Sleep, sí, pero también Worland y Greybull. Una sola calle y un montón de establecimientos alrededor. Luego, en el motel, el cansancio de todo el día. La renuncia al rodeo -idealmente, literariamente, haber ido a un rodeo hubiera sido algo maravilloso, pero en la realidad de las 7 de la tarde y el atardecer y el dolor de cuerpo y el sueño, las dos horas viendo caballos salvajes se hacen dos días o dos meses- y el paseo por el downtown. Por llamarlo de algún modo.

Aquí da la sensación de que los saloons son saloons y los moteles, moteles y que el artificio, si existe, está tan logrado que se confunde sin problemas con todo lo demás. Aquí, por cierto, la gente es particularmente encantadora. Cuanto más al Oeste, más encanto. En Nueva York ni siquiera te saludan y en Wyoming todo es "how do you do today?", "can I help you?", "thanks so much", "you' re so welcome" y las correspondientes dosis de "have a nice day".

Uno se pasa meses fantaseando con el miedo, con la posibilidad de que un país salvaje le esté esperando para acabar con él, y luego resulta que el país está a otra cosa.