viernes, mayo 08, 2009

Ya es primavera en Malasaña


De repente, vivir aquí tiene cierto sentido. No es que antes no lo estuviera: poder ir andando a todos lados es algo precioso, pero ¿qué encontraba en el camino? Lluvia y frío. Ha sido un otoño interminable.

Pero ahora esto es otra historia. Uno puede llegar de trabajar a las 19,30, dejar las cosas en casa y bajarse con Emite Poqito y Arturo Paniagua a la plaza de Barceló, dar un paseo por San Vicente Ferrer hasta Noviciado, ver a todo ese raudal de chicas guapas que aparecen como setas con el sol, los modernos con sus gafas de pasta y sus flequillos, los niños jugando al fútbol por las calzadas de adoquines...

El encanto de Malasaña en primavera-verano. La terraza del Conache. Murmullo incesante de jueves tarde.

San Vicente Ferrer abajo -Red Bar, Manuela, Tres Rosas Amarillas...- hasta Noviciado y ahí cruzar el río de San Bernardo y entrar en El Naranja y darme cuenta de que no conozco a nadie: que Arturo y Julia hablan de mil grupos y para mí son todos desconocidos y luego no entiendo que a mí se me tome como referencia de nada. Yo sólo sé de Andrés Iniesta y derivados. Es mi terreno.

Viene Arantxa y nos vamos a La Palma. Café de La Palma. No sé si lo saben, pero me he convertido en el agente de prensa de Emite Poqito: llamo a los amigos y hablo de chicas mientas Julia intenta cerrar agenda. Soy así. Muy ocupado en concentrar mujeres a mi lado. Ella deja la maqueta y nosotros esperamos fuera. Luego queremos cenar algo y subimos otra vez, ida y vuelta continua, hasta San Andrés y luego la Plaza del Dos de Mayo, llena de gente y algún acordeonista. Esto pronto será Olavide. Llegamos al Maravillas y cenamos y todo el mundo se va, incluso yo, a la sala Taboo, donde toca otro de esos grupos que no conozco de nada, pero que Tali Carreño, de la revista Freek me ha recomendado.

Se llaman Leda Tres y tocan con Flow. Creo que una vez me enamoré de una canción de Flow, pero esa es una historia muy larga y no demasiado agradable.El caso es que Tali arregla en dos frases todas mis preocupaciones sobre entrevistas y reseñas, me pido una copa de esas que hacen daño al bolsillo y nos ponemos a mover los pies y a disfrutar porque el caso es que el concierto me encanta. Me escuecen los ojos y me muero de sueño, pero me encanta. El batería, el bajista, el teclista, el propio cantante con un rollo setentero improbable, bigote de peli porno incluido...

Tali me ha regalado un concierto así que yo le regalo una maqueta. Estoy como un niño con zapatos nuevos.

Al día siguiente, Álida me recoge y me lleva de compras, aunque eso ella aún no lo sabe cuando me recoge, porque cree que vamos a otra cosa. No. Vamos de compras. Vamos a decorar mi habitación y mi casa con posters y láminas: Reservoir Dogs, James Dean, Al Pacino, Marlon Brando, Julio Medem... una ristra de tópicos preciosos que intentamos montar en un santiamén -Álida carga las bolsas por Divino Pastor, yo me muevo como puedo con mi tabla de Tarantino envuelta en una bolsa interminable- pero es demasiado para tan poco tiempo y acabamos bajando de nuevo, contrarreloj: Springfield y FNAC. Acabo con más bolsas: unos calcetines y una camiseta preciosa, que a ti te va a encantar, y Álida me promete acompañarme mañana a comprarme unas gafas de pasta de escritor artista bohemio malasañero.

Profesor progre.

Subo por Montera hasta Gran Vía, esquivo putas por Ballesta, acabo en San Bernardo, subo muerto de sudor, recojo una revista en Neo2 con mi entrevista a Alberto Amarilla, dejo otra maqueta de Emite Poqito, como en un entrañable restaurante colombiano en el que hablan de Pablo Escobar -calle Manuela Malasaña, me lo descubrieron Víctor Alfaro y Deivid- e incluso cuando salgo sigue siendo primavera, casi verano, y mi casa, con el señor naranja, el señor blanco y compañía ahí mirándome, es una sauna de olores.

Primavera en Malasaña.

Foto: Pedro M. Martínez Corada