En mi último año de EGB ponían Xuxa y Emilio Aragón. "Te huelen los pies", primero, y después "Ten cuidado con Paloma, que me han dicho que es de goma". Hacíamos fiestas en clase, cuando coincidía con algún cumpleaños o cuando acababa el curso. Eran fiestas de transición: algo entre Hombres G y Los Inhumanos, y a mi profesora le sorprendía que aparte de mí nadie supiera que Neneh Cherry en realidad era sueca.
Por entonces, yo pensaba -como mis compañeros- que a los profesores les molestaba que no se diera clase, que nos estaban haciendo un favor muy a su pesar dejándonos poner la Coca-Cola y las patatas y la música.
Por entonces, insisto.
Todos veíamos el vídeo de "Being Boring" en la tele y nos imaginábamos con 16-17 años. Escuchábamos canciones de los Beatles, tipo "I want to hold your hand" y cuando Ana se iba de campamento yo me consolaba cantando "It´s alright, baby´s coming back", de los Eurythmics.
Nos fuimos de viaje fin de curso, por supuesto. A Palma de Mallorca. Íbamos a discotecas "light" y robábamos botellas pequeñas de alcohol de los minibares ajenos. Las chicas se asustaban. Las chicas de 1991 no eran como las chicas de ahora, todo hay que decirlo.
Los chicos, tampoco.
En esas discotecas ponían "Ritmo de la noche", "Bahía", Chris Isaak, "Unbelievable"... recuerdo nuestro primer baile agarrado, pero no recuerdo la canción. Siempre he pensado que era la banda sonora de Twin Peaks pero a la vez siempre he sospechado que ese era un recuerdo inventado y que en realidad podría haber sido cualquier otra canción. Demasiado nervioso como para recordarlo.
Yo ponía las manos en su cintura y ella las suyas sobre mis hombros. Manteníamos una prudente distancia de colegio privado.
Nos lanzaban "Ice, ice baby" y "U can´t touch this", pero daba igual, para hacernos bailar de verdad tenían que tragar con los grandes éxitos de Telecinco. Ahí sí que empezábamos a alborotarnos y a disfrutar como niños. Porque éramos niños. A los empresarios eso les venía fatal pero era así: niños. Queríamos bailar con mamachichos y hablar del VIP Guay. Fantasear con llegar a ser Oliver o Tom o Benji o Mark Lenders... Hulk Hogan y El Último Guerrero... ¿Qué tenía eso de grave? Todos llevábamos vaqueros con horrendas zapatillas blancas.
Al poco de volver de aquel paraíso alemán, hicimos un baile en un garaje. Es lo más cerca de una película americana que he estado nunca. Estaba de moda Roxette y toda la banda sonora de "Pretty Woman" en general. "It must have been love". But it´s over now. Una chica puso un disco de baladas para animar la cosa. Si les digo la verdad, la cosa era fráncamente animable: quince chicas y seis chicos. Yo nunca me he quejado de mi suerte. Me he quejado de muchas otras cosas, pero no de mi suerte.
Alguien hizo trampas y me tocó con la chica equivocada.
O quizá no. Quizás esa persona sabía exactamente lo que estaba haciendo y fui yo el que me hice trampas pensando en todas las chicas con las que no estaba bailando "Love lifts us up where we belong". En todas las chicas con las que nunca bailaría "Unchained Melody". Los ochenta habían hecho tanto ruido que lo único que quedaba en 1991 era un silencio incómodo. "Infinity", de Guru Josh. Discos con nombres tan sugerentes para un catorceañero como "Zona de baile" o "Lo más disco".
Un sábado, quedamos en el Parque de Atracciones. Casi toda la clase. Puede que fuera al acabar el curso y puede que fuera justo antes. No lo recuerdo. Fuimos al Parque de Atracciones y empezó a llover. Yo me quedé con ella, perdido en medio de una tormenta brutal. Los dos solos. Tampoco sé si llamarlo suerte, esta vez, creo que la palabra adecuada sería "táctica". Estábamos ahí y yo cogía su mano en el Pasaje del Terror, como diciéndole "tranquila, siempre estaré aquí" y a ella le caía un mechón de pelo mojado sobre la frente y sonreía y entrábamos en barcos fantasmas y casas magnéticas.
Luego escampó y encontramos al resto del grupo. Fue una pésima noticia.
Aquel verano vimos "Cyrano de Bergerac", "Robin Hood, príncipe de los ladrones" y un montón de películas en las que ella me dejaba que pusiera la cabeza sobre su hombro. Por entonces, aquello me parecía terriblemente romántico: entrábamos en el cine, nos cogíamos la mano y mi cabeza iba a su hombro mientras su mejilla me rozaba el pelo, en un gesto materno de documental de animales. Antes y después, no éramos más que una pieza en aquel engranaje de Emilios Aragón y Belenes Rueda.
Ahora no me parece tan bonito, claro. Ahora me parece un error. Cualquier cosa vista desde "ahora" parece cualquier
otra cosa. Ella debería haber puesto
su cabeza en
mi hombro, ¿no era así?
Pero, bueno, daba igual. Jugábamos a los bolos en La Vaguada y patinábamos en Chamartín a ritmo de Rick Astley -eso fue antes, lo sé, los recuerdos han perdido las dimensiones-. Viajé a Dublín y ella a Londres. Volvimos. Trece años después, me invitó a su boda. Era justo conceder que seguía estando preciosa.
Por un momento, mirando los cristales de la iglesia, me pareció que afuera llovía.