miércoles, mayo 27, 2009

Radio encubierta


El pop está bien. Es alegre, divertido, se puede bailar. En los 60, además, tenía un punto transgresor, rebelde, juvenil, de minifalda y chaqueta de colores. Desenfadado. Aparte, la música, claro: The Jam, The Kinks, The Rolling Stones, The Beatles, The Lovin´Spoonful, Jimi Hendrix... Drogas y sexo y un montón de actitud y desparrame.

Esa es la premisa de la que parte "Radio encubierta", dos horas y pico de entusiasmo constante, de recuerdo feliz de aquellos años en los que sólo las radios piratas emitían música moderna mientras en la BBC todo eran noticias y clásicos. Aquellos años en los que los niños escondían sus radios bajo las almohadas post-victorianas y las chicas de la limpieza bailaban moviendo los brazos de arriba abajo (yeah-yeah-yeah) al ritmo de sus DJ´s favoritos.

El problema es que el pop entusiasma a veces, pero a veces empalaga.

Y durante dos horas y pico, más.

"Radio encubierta" es una película amable. En exceso amable, a veces. Muy en la línea de sus creadores, los mismos de "Notting Hill" o "Cuatro bodas y un funeral" pero aún más en la línea de "Love actually", en la que todo era tan bonito que ainsss. A mí ese tipo de cine no me molesta. Al contrario. Creo que podría ver "Notting Hill" doscientas veces y seguir riéndome con lo de "Horse and Hound".

Pero hay que hilar muy fino. Muy, muy fino. Tiene que haber risas, pero no a cualquier precio. Situaciones absurdas, pero no irrelevantes. Tiene que haber entusiasmo pop y rebeldía juvenil y sexo mezclado con camaradería. Incluso chicas terriblemente guapas. Pero con medida.

"Radio encubierta" presenta un claro exceso de metraje y una historia demasiado plana: un chico problemático con madre despreocupada acaba en las manos de su padrino, que resulta ser -oh, caramba- el dueño de una de las emisoras piratas que emiten desde el Mar del Norte. Rock Radio, el colmo de la originalidad. Ahí, en ese barco en mitad del mar, el impresionable joven se encuentra con un montón de DJ´s residentes, divertidos, variopintos, que ríen todo el rato y disputan el título del más gamberro.

Algunos personajes están muy logrados, otros no. La permanente ausencia de verdadero conflicto llega a agotar.

Toda esta apología casi hagiográfica de los 60 resulta exagerada. No incómoda, porque la verdad es que la película no se hace larga, aunque uno tenga claro que algunas partes son prescindibles. Pero sí exagerada. No todo el mundo podía ser tan bueno y tan feliz. Es imposible. Ni los ministros tan malos.

En el lado positivo: una banda sonora de escándalo, incluyendo la maravillosa "Friday on my mind", de los australianos The Easybeats, una atmósfera agradable y unas cuantas grandes actuaciones, incluyendo al siempre fiable Phillip Seymour Hoffman, Bill Nighy y Tom Brooke haciendo de un fantástico "Thick Kevin".

En el lado negativo: demasiado flower power y demasiado "viva el rockandroll". Demasiado buenrollismo y muchas escenas y chistes poco conseguidos. 135 minutos son muchos minutos. Kenneth Branagh y su personaje están demasiado estereotipados y esa es exactamente la intención del guionista.

Perfectamente visible, por otro lado. Incluso recomendable. Sabiendo lo que hay, eso sí.