No estoy acostumbrado a escribir una crónica así, porque hasta ahora siempre había sido al revés: Federer llegaba como favorito a la final, en la que se jugaba alguno de los múltiples records que posee, y acababa perdiendo contra Nadal, desesperado, cayendo en un error tras otro y víctima de la ansiedad.
Esta vez las cosas cambiaron.
Nadal se ha quedado a un partido de ser el primer jugador en la historia en ganar los tres Masters Series previos a Roland Garros en un solo año: Montecarlo, Roma y Madrid -antes Hamburgo-. A cambio, ha ganado el Conde de Godó y, siendo realistas, no parece probable que sufra demasiado para llevarse su quinto Abierto de Francia.
La victoria de Federer tuvo algunas semejanzas con la del Barcelona de Guardiola: en vez de ponerse a pensar, Roger jugó. Todo el mundo le daba por acabado, por perdedor, incapaz de derrotar a Nadal en ninguna superficie, menos aún en tierra y el suizo se liberó. Durante todo el partido pareció cómodo en la pista, no renunció nunca a su juego de ataque y no se desesperó ante sus fallos. Aseguró con el revés y machacó con la derecha, aparte de sacar como los ángeles. Se centró en su juego, no en el de su rival, y ganó. Incluso cuando se mascaba la tragedia en el último juego del partido, con 15-40 para Nadal y el público -junto al comentarista de TVE- enloquecido.
Por supuesto, es un triunfo con asterisco: Nadal llegó agotado al partido. En realidad, si Federer no le ganaba hoy, ni siquiera 24 horas después de que Rafa se hubiera dejado la piel ante Djokovic durante más de cuatro largas horas, no le iba a ganar nunca. Al menos, el suizo no dio pie a la especulación: es cierto que Nadal no estuvo rápido en apoyos ni en cambios de juego y no asistimos a ninguno de sus frecuentes milagros, pero también es cierto que fue Federer el que no dio opción: siempre agresivo, siempre dominando y ganando (o perdiendo) los puntos.
¿Hasta qué punto esta victoria es relevante para Roland Garros? Obviamente, a Federer le debería dar confianza para llegar lejos en París. En este momento, considero que Djokovic y Nadal están un punto por encima de él y es poco probable que pueda vencerles en tierras francesas, pero siempre cabe la posibilidad de un sorteo benigno, por el otro lado del cuadro y que el suizo se plante en la final por cuarto año consecutivo.
En un encuentro a cinco sets, en París, sobre tierra batida, sigo sin darle ninguna opción a Federer contra Nadal. El gesto del final, elevando su dedo índice para reivindicarse como número uno, fue feo. Comprensible, si se quiere, por la frustración acumulada, pero feo: Nadal nunca hizo algo semejante en los tres años que estuvo de número dos.
Ahora mismo, Rafa es número uno de largo, en todas las superficies. Ganar un torneo no significa nada. Federer debería saberlo a estas alturas.