Probablemente, lo que quiso decir Rajoy es que hay cuestiones de Gobierno y cuestiones de Estado. Dentro de las cuestiones de Estado él engloba la política territorial y el llamado "proceso de paz" con ETA.
Ahora bien, lo que de hecho dijo, con ese tono torpe y excesivo que parece que tuviera como única función agradar a Jiménez Losantos y sus tertulianos, fue: "El señor Rodríguez Zapatero, en este proceso, no está representando al Estado y es importante que se sepa. Se estará representando a sí mismo, al PSOE o al Gobierno de España, pero en ningún caso estará representando al Estado."
Lo dicho, una exageración.
Mucho más preocupante, sin embargo, es la reacción de la vicepresidenta, calificando a Rajoy de "insumiso al margen del estado de derecho" e insistiendo en que la voz del Estado es la del Gobierno elegido por los ciudadanos. De un primer vistazo esa expresión podría parecer cierta. En términos políticos no lo es tanto. El Gobierno representa sólo uno de los tres poderes del Estado: el ejecutivo. Es decir, Zapatero no es el Estado y disentir de la política de Zapatero no es colocarse al margen del Estado. Precisamente, por eso, la Constitución distingue entre Jefe de Estado (el rey) y Jefe del Gobierno.
Ay, la Constitución...
Las tesis de la vicepresidenta llevarían a algo tan absurdo como considerar que todos los que protestaron contra la complicidad del gobierno Aznar en la guerra de Irak eran unos antidemócratas, unos insumisos y estaban al margen del Derecho. Si aquel gobierno hubiera utilizado términos similares, no habría faltado quien les acusara de apología del golpismo.
En conclusión, quieran decir lo que quieran decir los dos con sus exageraciones y juegos peligrosos, lo que debería quedar claro, para el futuro, es que efectivamente hay cuestiones de Gobierno (LOE, PHN, matrimonio homosexual, ley de dependencia...) y cuestiones de Estado (organización territorial, solidaridad y, por supuesto, procesos de guerra y de paz) y que estas últimas no pueden depender de mayorías o minorías sino que sólo se pueden llevar a cabo incluyendo a todos.
Confundir la mayoría con la razón o, peor aún, con el Derecho, es un ejercicio de demagogia impropio de políticos inteligentes. Ellos mismos sabrán en qué posición quieren retratarse.
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