martes, mayo 12, 2009

La muerte de Antonio Vega


Hay muy pocos personajes que se mantengan durante toda su trayectoria pública más allá del bien y del mal. Referencias indiscutibles. Si no admiradas, al menos respetadas. Antonio Vega era una de ellas.

Es difícil hablar sobre una noticia tan esperada y a la vez intentar ser justo con el fallecido. Es tan fácil caer en los halagos floridos.... Antonio Vega consiguió algo tan improbable como que le hicieran un disco con apariencia póstuma en 1994. Sobrevivió a su muerte 15 años.

Tocaba en Clamores una vez al mes, más o menos. Poco más. Sólo de vez en cuando se movía de Madrid para tocar: sus apariciones en el concierto de los 40 en el Calderón o en la gira que emprendió con su primo provocaban algo parecido al dolor entre sus fans. El tema de su salud era obligado en cualquier charla del circuito. SIDA, neumonía, cáncer, sobredosis... creo que he escuchado todo tipo de rumores cada vez que cancelaba un concierto o directamente no aparecía.

No sé nada de la vida de Antonio Vega. Es curioso que alguien sea tan público y tan privado a la vez. No creo que nadie tuviera el más mínimo morbo de asomarse a mirar su vida por una rendija. Todos teníamos la sensación de que aquello era el infierno. El infierno de verdad. Sin margen para bromas ni cotilleos.

Cáncer de pulmón, dicen. Supongo que mucha gente lo sabría, pero no fue un rumor muy extendido. A mí no me llegó y eso ya es algo. Muchos hablarán ahora de la chica de ayer y su época en Nacha Pop. En mi caso, Antonio Vega formaba parte de esa tribu de desolados cantantes melancólicos y autodestructivos que marcaron mi adolescencia a principios de los 90. El chico de "No me iré mañana" o de "El sitio de mi recreo".

No es cuestión de decir "siento esta pérdida como algo personal". Eso sería muy vulgar y muy injusto, e incluso pretencioso. Es una pérdida terrible para todos. Una noticia de las que hace daño y te obliga a pensar qué vendrá ahora. Antonio Vega llevaba años y años desafiando a la muerte y ganando y ahora resulta que la muerte le ha ganado a él.

A él.

¿Qué nos espera a nosotros, entonces?