jueves, octubre 16, 2014
Cambio de idea
"Sentía que por fin empezaba a ser profesor, lo cual era simplemente un hombre al que el libro le dice la verdad". Encuentro esta definición en "Stoner", un libro de John Williams de 1965 que publicó Baile del Sol en 2010. Es una frase preciosa, que vale por el resto de la novela, en general algo floja salvo cuando habla precisamente de la docencia y de la vida universitaria, normal en un autor que fue profesor toda su vida en Misuri. Es un regalo de la Chica Diploma por recomendación de Curro, uno de los ilustres Tipos Infames, y me pregunto cuánto ve Curro de mí en Stoner con una cierta preocupación.
Algunas cosas me son cercanas pero eso él no lo sabe. Por ejemplo, en 1999, mi último año de licenciatura, también hubo en mi propia universidad una lucha a muerte por una cátedra entre un profesor muy popular y otro profesor con fama de riguroso pero algo soso. Yo era amigo del segundo así que me alegré cuando le dieron la plaza. El resto de la facultad pareció algo decepcionada. En realidad, la carrera del derrotado no hacía sino empezar: dos años después consiguió su propia cátedra, poco después llegó a rector de la universidad y en 2009 fue nombrado ministro de educación.
Como profesor me pareció un tipo muy entrañable. Algo impreciso, quizás, demasiada querencia a frases como la que encabeza este post y que quizá deberían restringirse a la literatura.
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En medio del sueño compongo una canción. Es una canción preciosa, que sale de manera completamente natural como las cosas en los sueños. Creo que estoy tocando una guitarra pero ya saben que podría ser un piano, algo indefinido. Lo mejor es la letra, la letra que fluye con alegría, con ritmo, con la sensación de que estás haciendo algo que le puede cambiar la vida a la gente. No estaba siendo un gran sueño hasta entonces, más bien agitado, gente gritando mientras yo intentaba componer y después una cierta sensación de que, ahora sí, podía morirme tranquilo.
Cuando desperté -puede que el niño llorara, puede simplemente que tuviera que ir al baño- no recordaba nada pero sonreía como un idiota.
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La Chica Langosta reaparece en Facebook con un "me gusta" a un enlace que he colgado. No es un artículo mío sino de Manuel Jabois. Casi todo en esta vida es de Manuel Jabois y habrá que ir haciéndose a la idea. En cualquier caso, me quedo algo paralizado. La última vez que vi a la Chica Langosta fue en 2007, en la presentación de un libro mío en Barcelona. El resto de su vida la he seguido en capítulos separados por dos o tres años, reconstruyéndola de foto en foto colgada en la red social.
Pienso si tiene sentido mandarle un mensaje privado, aprovechando que está conectada o acaba de estarlo. Quedaría raro. Se conecta por una vez en no sé cuánto tiempo, le da a un "me gusta" y de regalo recibe inmediatamente un mensaje que probablemente no desee. Si lo deseara, lo habría escrito ella. Estos ataques hay que frenarlos porque son peligrosos y le hacen quedar a uno como algo parecido a un acosador. Más tentaciones: esta mañana acompañé a la Chica Diploma y al Niño Bonito a la Avenida de Cantabria y acabé delante del vídeo-club donde M. y yo alquilamos "El club de la lucha" en el verano de 2003, el día antes de que la Chica Berklee se fuera para siempre a Estados Unidos.
Uno tiene que evitar mandarle mensajes de Facebook a gente que ha decidido echarse a un lado como tiene que evitar los WhatsApps absurdos a ex novias de otra década cuando pasa justo por delante de sus casas. Sin embargo, uno, que aún está aprendiendo, acaba enviando el mensaje, claro que sí, y comprobando que ya hubo uno anterior que se quedó sin respuesta. ¿Y qué iba a responder la Chica Langosta a estas alturas de su literatura?
El WhatsApp al menos no lo mandé. Supongo que hay gente con la que no se juega.