martes, octubre 28, 2014
Ultraviolence
Lana del Rey en los auriculares mientras la biblioteca del Reina Sofía va amaneciendo. Si Sorrentino es la cocaína, Lana del Rey es algo parecido a la heroína, pero más sutil, supongo. Un ansiolítico. Realidades paralelas. Tengo a Lana por una artista infravalorada aunque igual es que no me entero de nada y está sobrevaloradísima. Empezar la semana un martes tiene estas cosas: un descontrol total. En la puerta, una chica me avisa de que el museo está cerrado y hay que entrar por otra puerta. No entiendo nada. ¿Cerrado un lunes? He venido mil lunes y siempre ha estado abierto. La miro con cara de "no sabes lo que estás diciendo" y me voy al lateral de la Ronda de Valencia sin ninguna fe en que el acceso esté abierto.
Obviamente, lo está.
Floto en ultraviolencia y tengo unas ganas horribles de dormirme aquí mismo. La rendición definitiva. Las canciones hablan de un mundo que no es el mío pero que puedo imaginar como mío. Demasiado "reverb", quizás. La chica era extranjera y yo no le di las gracias. Me fui refunfuñando, ausente. Ahora, como siempre, me siento culpable.
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En "Espejo Público" -ahora Antena 3 se ve donde antes se veía Telecinco y a saber qué otros estragos ha hecho este fin de semana- por fin sale el nombre de Aguirre, aunque muy de pasada. Si yo digo que todo empieza y todo acaba en Aguirre es simplemente porque ella lo decidió así: pudo no ser presidenta del partido en 2004 y pudo haberse marchado en 2012. Se negó en redondo. Hace años trabajé en un medio de comunicación donde el director nos enviaba periódicamente las reacciones de Aguirre a lo que publicábamos: de qué consejeros hablar bien, de qué consejeros hablar mal. No recuerdo en qué categoría entró Granados, aunque por entonces, dos años después de la comisión de Sáez y Tamayo, entiendo que la historia de amor seguía en su apogeo.
Para cuando Granados presidió esa comisión -ninguno le conocíamos, pero tampoco conocíamos a Ruth Porta ni a Beteta ni al señor Nolla y su frondosa barba- Valdemoro llevaba ya cuatro años en manos de David Marjaliza. Eso, por supuesto, Aguirre no lo sabía ni lo sabía Pío García-Escudero, entonces presidente del PP madrileño, ni lo sabía Alberto Ruiz-Gallardón, presidente saliente de la Comunidad y que durante meses tuvo que combinar ese puesto en funciones con el de alcalde de la capital. Tampoco sabía nada María Dolores de Cospedal, a quien Aguirre eligió como Consejera de Transportes, meses antes de que el partido la mandara a agitar fuegos contra Barreda en Castilla la Mancha y tuviera que ser sustituida en el cargo por... Francisco Granados.
Por cierto, aquel medio de comunicación en el que trabajé tenía sede en Madrid, estaba controlado por el PP de Valencia -la excusa para apoyar a Camps era que Zaplana era un corrupto, así que imagínense el nivel- y era propiedad de un constructor leonés que acabó implicado en la Gurtel pero que, por lo que leo, sigue comprando medios de comunicación sin mayor cortapisas. El director del medio, que sigue existiendo, se ha acostumbrado a salir en tertulias televisiva. Se le da bien, siempre me pareció un tipo con talento. Para que no haya confusiones, diré que al menos ese medio de comunicación no lo compró Acebes con dinero negro.
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¡Lo que cundía hace unos años una fiesta en casa de Joaquín Sabina! Daba para artículos sucesivos de Mendicuti, Prado, Grandes e incluso Montero o Cruz. Mis amigos y yo como forma de periodismo. No digo yo que eso no corresponda a unos diarios o incluso a un blog, pero periodismo no me pareció nunca. Parasitismo, quizá. Al menos en las fiestas de Umbral, la noticia era él y pocas veces su anfitrión. Con los años, la siguiente generación copia los mismos vicios: un periodista cuenta que otro periodista estuvo en su casa y quiso emborracharle después de cambiarle medio artículo y días después un periodista cuenta que estuvo en casa de otro periodista y quiso emborracharle después de cambiarle medio artículo.
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María lo tenía fácil. Una vez quise grabarle un disco con todas las canciones que incluían su nombre y que iban desde Bernstein a Modestia Aparte pasando por Cómplices. Lo jodido era hacerle eso a alguien que se llamara Tatiana, por mucho que la quisieras con toda el alma. Yo, en perspectiva, no recuerdo por qué me enamoré tanto de ella, pero sé que me enamoré como un adolescente. Quizá porque fuera un adolescente de 25 años. Lo nuestro duró dos meses y todo lo que podíamos hacer mal lo hicimos mal. Aun así, quería escribir aquí que estaba completamente enamorado por si me da por morirme mañana y ella acaba leyendo esto.
Hay que darle las gracias a la gente que has querido siempre que puedas. Darles las gracias, ya digo, como si te fueras a morir mañana. No porque te vaya a hacer más feliz, eso déjenselo a Paulo Coelho, sino porque te morirás más tranquilo. Considérenlo una póliza de seguros.