domingo, octubre 05, 2014
Castigado en el cielo
Que la desesperación se huele es un hecho. También se huele el miedo, es cierto, pero el miedo puede tener un punto incluso entrañable, de fragilidad. La desesperación, no. La desesperación es agresiva y espanta. Si hay algo bueno de estar desesperado es que te agota y te atempera. Te acaba poniendo una distancia con respecto a ti mismo que solo puedes agradecer porque llega un punto en el que no te aguantas más.
Algo así es lo que debió de pasar en 2011. No lo sé porque no lo recuerdo bien. La Chica Diploma dice que no es que fuera más brillante, simplemente dormía más. No subestimemos ese análisis. Estaba tan poco desesperado que acabé consiguiendo lo que siempre había soñado: un montón de libros publicados, colaboraciones en prensa y una chica preciosa que se quiso casar conmigo y tener un enano que duerme ahora con ella en la cama mientras yo escribo esto.
La desesperación sentimental, por tanto, la habíamos dejado atrás y las cosas fueron bien y la desesperación profesional simplemente no había aparecido, o se había suavizado después del 15-M, ese movimiento que durante tres años se cansaron de repetir que no había servido para nada y ahora resulta que es clave para entender lo que está pasando en España. Incluso podría ser clave para entender Cataluña, pero eso sería salirse de los tópicos y nadie va a hacer ese esfuerzo.
Lo que fue el 15-M yo solo lo pude explicar en un libro como "terapia de grupo". Supongo que los analistas esperaban que la gente saliera de allí y se pusiera a hacer cosas en seguida, corriendo, el ritmo frenético al que nos han acostumbrado, y sin embargo muchos nos dedicamos simplemente a pensar y a constatar que no estábamos solos. Sí, todo muy sentimentalista, pero porque algo no admita el análisis cínico no deja de existir. A mí me pueden venir de otra generación o incluso de la mía y decirme: "Quejándoos no arregláis nada" pero lo cierto es que algo sí arreglo: el hígado.
Volvemos en cualquier caso a la desesperación: Sol fue una buena manera de canalizarla y me dejó como nuevo. Durante meses me emocionaba cuando veía fotos de aquello y desde luego sirvió tanto como el mejor psicólogo. El problema es que las cosas desde entonces no han ido a mejor y la sombra de la desesperación vuelve a asomar la patita en forma de emails e insistencias. A mí no me gusta insistir porque no me gusta que me insistan. No me gusta molestar porque no me gusta que me molesten. Alguien que insiste y molesta es alguien, generalmente, que no está a gusto y es complicado tratar con insatisfechos de la vida.
¿Estoy entonces yo insatisfecho? Bueno, lo que está claro es que no debería estarlo pero para eso necesitaríamos lo contrario de la desesperación, es decir, la paciencia. Yo siempre he sido muy impaciente porque desde pequeño daba por hecho que las cosas iban a llegar y cuando empezaron a tardar un poco me lancé yo mismo al camino a hacerme el encontradizo. No debería estarlo pero un poco lo estoy, o quizás un poco decepcionado. Como si una vez alcanzada la meta hubieran puesto la pancarta en cualquier otro lado y hubiera que empezar de cero otra vez.
Supongo que hay que empezar de cero todo el rato y que eso es la vida y tal, pero agota. A Nietzsche no, y yo una vez fui muy nietzscheano, pero me está empezando a costar.
En fin, ya saben, que sembrar y recoger y que no todo es inmediato. Que no se desesperen. Siempre he sido de los optimistas que piensan que vivimos en el mejor mundo en el que jamás haya vivido el ser humano. Lo sigo pensando. Otra cosa es que no sea perfeccionable, que lo es y mucho. Otra cosa, también, es que vaya a ser tan perfecto como pensábamos. No, no tiene pinta y asusta. Conforme pasan los años asusta más. Es curioso porque normalmente te dicen que la edad te va haciendo más tranquilo y más sensato y yo creo que cada vez estoy más pirado.
La falta de sueño. Sí, puede ser eso. Esta tarde me sentía como en las madrugadas de 2003 en Sofres, cuando me pasaba la noche despierto delante de un ordenador minutando contenidos de cadenas de televisión. Es una especie de mareo unido a la sensación de que no puedes acceder a tu cerebro. En serio, es una sensación muy extraña: tú sabes que hay cosas ahí, pero no consigues utilizarlas, te quedas bloqueado. No se ha borrado, eso no, eso será más tarde, pero de momento no está disponible.
Cuando todo eso pase, y en eso estará la clave, volverá la paciencia. No hay nadie más impaciente que un insomne. Nadie más impaciente que un padre primerizo. Ustedes pensarán que yo escribo estas cosas tan enrevesadas para lamentarme pero es exactamente al contrario: escribo para entender, escribo para entenderme, escribo para darme cuenta de que todo va bien y todo irá mejor y liberar angustias. Diógenes decía que uno tenía que ser su propio perro, yo diría que tiene que ser su propio psiquiatra. Si se fijan, es otro ejemplo de cómo la humanidad ha ido avanzando en sus problemas.