miércoles, octubre 08, 2014

Gone daddy gone



Dos chavales hablan de música en el metro. Deben de tener unos 15 años, es decir, nacieron en torno a 1998-1999, puede incluso que en 2000 pero mucho me parece. Comparten auriculares y hacen repaso de la historia del rock: los hermanos Young formaron AC/DC pero uno de ellos se fue al poco de empezar, Mick Jagger está ya mayor y Keith Richards, ni te digo, además se quiere esnifar sus cenizas. De vez en cuando, uno le hace una señal al otro y los dos se callan para respetar un riff o golpear en el aire una batería imaginaria.

Alguien -no consigo entender quién, he llegado tarde a la conversación- llevaba en un concierto una banda para el pelo igual que la de Axl Rose y Jimi Hendrix una vez quemó su guitarra en directo. "¿En medio del concierto?" Sí, tío, en medio del concierto.

El otro día pusieron uno de estos especiales en televisión sobre actuaciones de grupos setenteros y ochenteros, uno de estos especiales que se han acabado en convertir en rutinarios, una contradicción en los términos. Aparecía Dave Gahan cantando "Never let me down again" y le dije a la Chica Diploma: "Yo a estos los vi en directo". Cuando ella me preguntó qué tal, contesté que bien, pero que ya por entonces tenía la sensación de ir a ver a un grupo "viejo" y que en cualquier caso yo había ido porque a la chica que me gustaba le sobraba una entrada y era 1993 y aquí el que no corre, vuela.

Lo entrañable de esos dos chicos no es que estuvieran repasando las hazañas de sus ídolos como si hubieran nacido en 1955, sino que las repasaban como si hubieran nacido en 1977, como las enumeraba yo cuando iba a casa de Juan Ramón y nos leíamos "La historia del rock" publicada en fascículos por "El País". Supongo que igual que hay un innegable atractivo facilón, pop, en los 60 y los 80, hay una parte de malditismo igual de fascinante en los 70 y los 90 que quizá se repita en los años 10. Una parte de sentirse extraño y diferente y oscuro.

Como a mí siempre me gustó estar con un pie en los dos lados del precipicio, la verdad es que coqueteé con esa estética del Tornasol y La Vía Láctea igual que lo hice con la del Desert o El Clan o posteriormente incluso discotecas de bakalao. Es verdad que lo de sentirse diferente tenía su punto y eso se podía conseguir con una copia pirata del "Unplugged" o el "Incesticide" o con la grabación del "Violent Femmes", grupo del que no tenía referencia alguna y cuyo primer disco de 1983 tuvo un extraño éxito en la promoción de 1995 del Ramiro de Maeztu.

De vez en cuando, incluso, se puede oír la parte del xilófono del "Gone, daddy gone" en el "APM?" o el principio del "Blister in the sun" en algún anuncio de coches, sin que, supongo, la mayoría de la gente sepa de quién demonios es esa canción, como a mí me pasaba con la de Serebro, recuerden.

Los chavales se bajan en Pinar de Chamartín, igual que yo, aunque ellos no van a un tanatorio, o eso espero. Por un momento, pienso en la banalidad actual, no solo en la música pero también. ¿Quién quemaría hoy nada en un escenario? Miley Cyrus, quizá. La misma canción y el mismo artista repetidos todo el rato. ¿Tenían esa misma sensación los jóvenes de los 60, los 70, los 80...? No lo sé. En los 90, sí teníamos cierta conciencia de variedad, o al menos a principios de la década, pero puede que fuera una conciencia algo adulterada por nuestra citada voluntad de ser especiales.

No sé, en cualquier caso, qué les quedará a los Alvaritos que tengan 15 años en 2030 -que también manda cojones, nacer tan tarde-. ¿Más Janis Joplin y Jim Morrison? ¿Woodstock y todo el rollo? Quizá me los encuentre en el metro hablando con devoción sobre los Simple Minds y Roxy Music, vaya usted a saber. Quizá, incluso, les parezca que Coldplay era lo más revolucionario de la época. Decía Dino Meneghin que entendió que ya estaba demasiado viejo cuando jugó contra su propio hijo Andrea en un partido de la liga italiana. Debería haberlo entendido mucho antes: cuando su hijo Andrea empezó a comprar una música que él no entendía o, al contrario, que entendía demasiado bien.