jueves, octubre 09, 2014

Better Call Saul



En los días posteriores a la convocatoria y anulación de la famosa "consulta" en Cataluña, escuché dos reproches a Mariano Rajoy que parecían tener sentido. Con los reproches a Mariano Rajoy y al PP en general hay que tener algo de cuidado porque a veces, en la saturación, en el exceso, se acaba uno creyendo unas barbaridades de las que luego se avergüenza. Sin embargo, aquí había cierta lógica: una ciudadana de Cataluña le echaba en cara que no hubiera aparecido por ahí en todo el tiempo de la polémica. "Es ahora cuando tiene que estar aquí, cuando nos tiene que explicar por qué esto es tan grave y qué se puede hacer".

Mariano Rajoy tiende a no estar en ningún lado y ya sabemos que esa es la estrategia: ir mandando a los demás al matadero mientras él pasea con su cara habitual de perdido por cumbres internacionales. Algo que por otro lado les ha pasado a todos los presidentes españoles pero normalmente en su segunda legislatura. La otra crítica tenía que ver con un momento en el que sí dio la cara: para anunciar el recurso ante el Constitucional e insistir en el convencimiento del Gobierno de que la consulta era ilegal, Rajoy apenas compareció diez minutos ante la prensa leyendo su comunicado y luego aceptó dos preguntas. ¡Dos preguntas! España se rompe, según él, y lo más que le va a dedicar a la opinión pública son dos preguntas, probablemente amañadas. Impresionante.

No es Rajoy el único que ha desaparecido en estos últimos meses. El Gobierno, comunicativamente, ha ido menguando hasta convertirse en Soraya, Montoro y un montón de gente contestando monosílabos. Ayer le preguntaban al ministro Soria si el caso de ébola iba a afectar al turismo en España, una pregunta pertinente porque la alarma obviamente ha saltado nuestras fronteras y la alarma siempre es ignorante, y el ministro ni siquiera se paró sino que contestó sobre la marcha, como irritado: "No". En España había un ministro que estaba en todos lados llamado Luis de Guindos y del que ahora no sabemos nada salvo cuando se dedica a avisar a Rato de que devuelva el dinero de las tarjetas de crédito de Cajamadrid antes de enviar el caso a la Audiencia.

Meterse con el PP es aburrido para cualquier intelectual precisamente por el exceso del que les hablaba al principio. Demasiado fácil y demasiado obvio. Al intelectual lo que le pide el cuerpo es convertirse en Emile Zola y sacar artículos defendiendo a Francisco Camps y al PP valenciano o llamar "error humano" a lo que es una cadena de incompetencias que, obviamente, tienen su origen en decisiones humanas, solo faltaría. El protocolo es aquello que se diseña para evitar que los errores humanos se minimicen. Cuando aquél se relaja, obviamente éstos pueden  multiplicarse.

Por esto mismo, a mí meterme con el PP me ha costado mucho durante años. Lo he hecho cuando lo he considerado oportuno pero me he sonado a mí mismo repetitivo. Sin embargo, la ocasión merece la pena: llevamos cuatro días ya con la historia esta del ébola, una historia que a mí, como racionalista optimista, me resulta excesiva, pero que es obvio que ha creado una alarma social y el Gobierno no ha conseguido dar una a derechas. El debate ha pasado de la incompetencia de Ana Mato al limitado aprendizaje de las técnicas de protección a qué hacemos con el perro, todo esto con periodistas llamando por el móvil a una paciente de una enfermedad devastadora para ver qué titulares sacan al día siguiente.

La otra posibilidad, por supuesto, era dejar que la enferma descansara y se recuperara y hacer partir la información de un portavoz único. Esa posibilidad la descartaron los medios porque era más aburrida pero el PP la ha abrazado en las últimas horas con la aparición del consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid. La decisión de enviar al doctor Javier Rodríguez a los medios para culpar a la propia enferma de todo lo sucedido solo puede calificarse de una nueva genialidad táctica. El "Better Call Saul" que se guardaba Ignacio González bajo la manga. Los médicos y enfermeros de la Comunidad de Madrid ya saben por lo que pueden pasar cuando se presenten voluntarios para atender a pacientes moribundos que el propio Gobierno ha repatriado, en mi opinión, con una ligereza enorme y no porque los pacientes no lo merecieran, que aquellos hombres merecían todo y más, sino porque el país, se ha puesto de manifiesto, no estaba preparado.

Javier Rodríguez aparece en escena con un relato en el que la mala es la enferma y además se permite opinar: "Igual nos ha mentido en más cosas". Hubiera sido fácil comprobarlo y eso es lo que se hace para supervisar los errores humanos: habría bastado con tenerla en cuarentena el tiempo necesario para comprobar que no había habido contagio. O que en el Carlos III no la derivaran sucesivamente a su médico de cabecera y a hospital de Alcorcón. No se hizo así, ni con ella ni con nadie y prueba de que se hizo mal es que a partir de ahora sí se va a hacer algo parecido.

Poco a poco se irá sabiendo más de qué pasó durante aquellos días de ingreso del médico religioso y qué pasó después. Sí, puede que la auxiliar rozara con el guante alguna parte de su cuerpo. Puede, incluso, que no hubiera mentido sino que lo recuerde ahora, sin más; que, en el momento, ni se hubiera dado cuenta. Puede que esté fabricando el recuerdo a base de leerlo como posibilidad en los medios. Está aislada en una habitación de hospital, lleva diez días con fiebre, malestar, vómitos, diarrea y una inmensa debilidad. Igual no es el testimonio más fiable.

Lo que queda al final es el hecho, es decir, el virus. Vinieron dos, los dos murieron, y en el tratamiento de uno de ellos se contagió una trabajadora sanitaria. No es un resultado para pavonearse en ruedas de prensa ni para imaginar que en Europa nos están felicitando. Para lo demás, dejo la enorme frase de mi buen amigo Fran Alameda: "No descubrimos nada si se define a España como un país de trincheras pero que un perro sea capaz de dibujarlas debería hacernos pensar". Quizás el esperpento sea esto: el paso entre el hecho y el especial de Antena 3, el virus reflejado en las tertulias de Ana Rosa Quintana.