viernes, octubre 03, 2014
Tengo un trato
"Fue en ese cine, ¿te acuerdas?" Yo creo que ahí está la clave de la canción, en la esperanza de que esa pregunta sea retórica, porque luego la chica responde que no y se nos cae el invento. Todo lo demás está bien pero, ¿qué sentido tiene si ella no es capaz siquiera de recordarlo, qué clase de reencuentro es ese, foto de hijos y mesa adolescente incluida?
Es una pregunta emocionante porque el recuerdo es lo que tiene pero es, sobre todo, una pregunta peligrosa. Yo escribí una vez un relato cohesionado por una repetición de "¿te acuerdas?" dirigidos a una persona muy concreta, la única que en rigor podía acordarse de lo que se contaba. Era un relato bonito pero habría sido un relato absurdo si ella no se hubiera acordado. Hablaba de Londres, de un fin de semana en Londres de una pareja que no sabe si se quiere y como no lo sabe, exagera. Exagera la pasión y exagera el dramatismo. Exagera incluso el tedio, que ya tiene mérito.
La chica ronda el desmayo en vagones de metro copados por hinchas del Arsenal y el chico parece un bombero sujetando una lona bajo el balcón equivocado. Lo leí en una librería y gustó mucho. Al librero, por lo menos, le gustó mucho, o eso dijo. No es un tipo que regale elogios así que le creí.
En cualquier caso, y si volvemos a la pregunta inicial, lo cierto es que hay que usarla con bastante mesura. Ayer, por ejemplo, como no aprendo, volví a dejarla caer en un muro de Facebook ajeno y durante unos minutos me empapé de sudor frío, esperando a que la persona en cuestión dijera que sí, que se acordaba de cuando éramos adolescentes y recitábamos diálogos de "Cuando Harry encontró a Sally" porque, si decía que no se acordaba, o si no decía nada, podríamos estar ante dos escenarios: 1) Se acordaba, claro que se acordaba, pero casi mejor que lo fuéramos olvidando o 2) De verdad no se acordaba: tardes y mañanas y noches perdidas como una canción de U2, Bono cantando "You can´t even remember what I´m trying to forget", que es una sensación bastante puñetera y que yo de hecho tuve varias veces con la persona en cuestión cuando ambos teníamos aproximadamente veinte años menos.
Nunca lo sabremos porque la respuesta fue afirmativa. Tardó una noche en llegar y lo hizo de manera algo ambigua, o ambigua al menos para alguien tan inseguro como yo: no dejaba claro si se acordaba de que los dos nos sabíamos los diálogos de memoria o si se acordaba solo de que ella se los había aprendido, dejándome fuera de su adolescencia, algo que uno no puede permitir con los brazos cruzados, supongo.
Sobre adolescencia me habla también un querido amigo. Me recomienda que deje de ser un "chico escritor" para ser lo que soy: un padre. Obviamente, tiene toda la razón del mundo pero la tensión está ahí: en mi inmadurez. En mi apariencia de inmadurez, si se quiere. El mensaje que transmite este blog y su autor al mundo es que el que entre aquí, el que trate conmigo, pierda toda esperanza. Un mundo sin expectativas. Es curioso porque ahora que lo pienso la adolescencia es todo lo contrario, es una potencialidad sin límites, pero el recuerdo nostálgico de la adolescencia se convierte en un "no pudo ser" en toda regla y al final, pues esto, que si quería ser Bret Easton Ellis, que si canciones de Elastica y que si no me toman en serio.
Podría decir que es un perfil bajo pero sería absurdamente modesto. Es simplemente el empeño en parecer especial. El hombre con el que nadie contaba. Lo que queda de mi adolescencia, ya lo he dicho alguna vez, se resume a los quince minutos de ducha y Spotify. Esta mañana, como habrán supuesto, hemos empezado con Aute en versión de Mónica Molina y hemos acabado con La Mala Rodríguez. Qué bueno era el primer disco de la Mala Rodríguez, por cierto, y qué poco nos ha durado. Después, ya saben, la realidad, es decir, la madurez, es decir, todo lo que no es literatura y por lo tanto se puede agarrar con las manos: la cara de mi mujer y los brazos de mi hijo.