martes, junio 04, 2013

¿Para qué quieren las bolsas de sangre de la Operación Puerto si el dopaje sigue adelante?


Una de las grandes batallas de la Agencia Estatal Antidopaje, liderada por Ana Muñoz, es demostrar a toda la comunidad internacional su enfado con la resolución de la Operación Puerto. Para ello, cada vez que hay un micrófono delante, exige la entrega de las bolsas de sangre y de plasma incautadas durante el proceso para poder cotejar los ADN y determinar sus propietarios. De esa manera, siete años después, se podría por fin saber quién era cliente de Eufemiano Fuentes y así actuar en consecuencia contra el deportista en cuestión.

¿Suena bien, verdad? A mí me gusta. Dentro del sumario de la Operación Puerto aparece una conversación entre Fuentes y Labarta, otro de los acusados, en la que hablan de un tal Huerto, que habría llegado tarde al prólogo de una carrera para desesperación de ambos contertulios. “Huerto” —o más concretamente “Huerta”- es el nombre bajo el que se esconde al menos una bolsa de sangre de las que la AEA quiere recuperar cuanto antes. “Huerta”, según la conversación y los datos que se dan en ella, aunque sorprendentemente no se incluyera su nombre en el informe posterior de la Guardia Civil, no puede ser otro que el ciclista Luis León Sánchez, por entonces corredor del Liberty Seguros, el equipo comandado por Manolo Saiz, y que contaba en sus filas con Alberto Contador entre otras jóvenes estrellas.

Nacido en Murcia, tierra de huertas, e hijo de un guardia civil, “Luisle” llegó 25 segundos tarde a la contrarreloj de la Vuelta a Cataluña el mismo día que Labarta llamó a Fuentes para hacer su propia ronda informativa, un dato que no parece que necesite siete años ni una gran investigación para ser cotejado.
Pese a todo, el corredor nunca había recibido sanción alguna por su relación con el tristemente famoso ginecólogo canario hasta que las pruebas hicieron que su actual equipo, el holandés Blanco, le apartara “de facto” de la competición, lo que en el argot del dopaje se llama “un neverazo”, es decir, no hay sanción pública, pero al deportista se le impide competir. Cuántos “neverazos” hay al año es imposible de saber pero no deben de ser pocos. En cualquier caso, Blanco ha decidido que, apagado el ruido, Luisle pueda volver a competir y lo primero que ha hecho el corredor después de siete meses sin competir es exhibirse en la Vuelta a Bélgica, quedando segundo en la general y ganando la última etapa en solitario, manteniendo a raya a los mejores ciclistas de la carrera.

¿Para qué demonios quiere Ana Muñoz las bolsas de sangre o identificar a nadie si los ya identificados siguen compitiendo y ganando siete años después sin investigación ni sanción alguna? Yo no digo que Luis León Sánchez se esté dopando ahora mismo ni que lo haya hecho en el pasado. No tengo ni idea, solo faltaría que yo supiera eso. Lo que denuncio es que no tiene sentido alguno ir pidiendo nombres de implicados en la Operación Puerto y saltarte los que ya tienes, dejando que sigan compitiendo sin pregunta alguna ni requerimiento oficial ni investigación pública al respecto en la que el deportista tenga que explicar qué hizo en su momento y por supuesto pueda defenderse de las posibles acusaciones.

¿Hasta dónde van a llegar las trampas en el deporte profesional? De acuerdo, siempre han existido, y las anécdotas de ciclistas, atletas, futbolistas, baloncestistas… puestos hasta arriba de anfetaminas o cafeína o cocaína antes de una competición abundan, pero permítanme que haga una distinción tremendamente subjetiva aunque a mí me parezca de sentido común: el que se toma una anfetamina —o un buen número de ellas- para no notar el cansancio y aguantar kilómetros y kilómetros es un tramposo; el que contrata a un médico por miles de euros, sigue una planificación diaria de sustancias dopantes elaboradísimas, se extrae sangre para ir pinchándosela a lo largo de la temporada según convenga y utiliza todo tipo de trucos para burlar los controles antidopaje no es un tramposo, es un enfermo, un psicópata, un hombre o una mujer sin escrúpulo alguno.

La batalla contra el dopaje reside en que estos tramposos, sean quienes sean, no sigan siendo considerados como héroes por la sociedad y dejen su espacio a los que de verdad lo son: a los que creen en un deporte limpio, sin atajos, con sacrificio. El deporte de los tan sobados “valores”. Mientras las generaciones pasen y esa gente no pueda competir contra los que siguen yendo a 42 por hora en el Tour o siguen corriendo en el minuto 90 del partido como si no hubiera un mañana —ni hubiera habido un ayer-, el deporte será un nido de víboras aprovechadas dispuestas a lucrarse con la salud y las ilusiones de los demás. Eso es lo que está en juego: saber si eso que le enseñamos a los niños es un deporte, en el mejor sentido de la palabra, o una competición amañada por representantes, apostadores o médicos.


Y el problema es que ahora mismo no lo sabemos y no parece que nadie esté interesado en saberlo, empezando y terminando por la AEA y los medios afines.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"