lunes, junio 10, 2013
Tertulianos comprados, periodismo podrido
Un tertuliano es algo así como un columnista sin tiempo. Un columnista de WhatsApp, si se quiere. Un tertuliano tiene que saber de todo y lo tiene que saber ya, porque por mucho que arregle los contenidos con producción o con el moderador, en cualquier momento puede saltar el auto judicial, el dato del paro, el gol en Las Gaunas o la acusación de otro tertuliano, aunque este último caso es menos problemático porque generalmente se arregla con el “y tú más” de turno y un par de risas después en el bar.
De hecho, el “y tú más” vale para casi todo, ahora que lo pienso, sea tertulia o columna o lo que sea.
Ahora bien, si vale, es porque el periodismo se ha rendido. En una democracia sana, el poder político regularía el económico y la prensa a su vez controlaría el poder político. En esta democracia, no. En esta democracia, los periódicos mandan a sus becarios a ruedas de prensa sin preguntas y a menudo sin personas, todos pegados a la televisión como si estuvieran echando Cuéntame, mientras las radios y las televisiones llenan sus espacios de opinión con políticos a servicio de sus respectivos partidos, es decir, que en vez de ejercer control alguno, la prensa es una extensión más del poder, imposible de diferenciarse.
Hace pocos días, se filtró un vídeo de Antonio Carmona, dirigente del Partido Socialista de Madrid, reconociendo que todo lo que decía en los programas de televisión donde aparecía era debidamente controlado y supervisado por la sede central de Ferraz, Sevilla o donde proceda. Que Antonio Carmona haya decidido convertirse en la voz de su amo es grave. Quizá ya deberíamos habernos acostumbrado, pero lo de que un político se niegue a tener una opinión propia y se limite a ser un súbdito del control de su partido me parece atroz.
Más atroz, casi, es que ese perrito vaya de cadena en cadena entre aplausos y chascarrillos de Ana Rosa Quintana. Que reconozca abiertamente que PSOE y PP luchan por colocar a sus acólitos en los medios con un éxito moderado es una puñalada de muerte para el periodismo tal y como lo hemos entendido siempre. Yo no sé quién es Antonio Carmona porque huyo de las tertulias políticas como huyo de Punto Pelota: un montón de gente gritándose sobre si fue penalti o no y la ristra habitual de SMS por debajo destilando odio y bilis. Tampoco sé si la filtración del vídeo es interesada o no porque sorprende que Carmona se escude en el “ahora que no me está grabando nadie” para hacer sus confesiones… cuando hay alguien en primera fila enfocándole nítidamente; ahora bien, lo que sí sé es que dice la verdad: los medios se han vendido a los partidos —al PP y al PSOE, pero no solo, pregunten en Cataluña y País Vasco- y por lo tanto han perdido su razón de ser.
El otro día hablaba con unos alumnos y me sorprendía que estuviesen enganchados a uno de estos programas de no sé cuántas horas en los que en vez de hablar de alguna ex novia de Jesulín hablaban de Luis Bárcenas, más o menos con el mismo tono. Entre los analistas había gente de prestigio porque, sorprendentemente, en toda cena de idiotas se cuela alguien inteligente, pero en general lo que más valoraban mis alumnos era “la pluralidad” de la tertulia. El propio concepto de “tertulia plural” ha acabado con la posibilidad misma del análisis. Una “tertulia plural” consiste básicamente en que la mitad dice una tontería y la otra mitad dice la tontería contraria. Se doblan las tonterías, pues, y los puestos vacantes para que el dirigente de turno coloque a su perro de presa.
Yo soy consciente del riesgo de decir estas cosas. El riesgo del populismo, de que parezca que lo que quiero es un país sin políticos, sin periodistas y con la acción directa como bandera. ¡Es justamente al contrario! La democracia liberal, la democracia en la que yo creo, se basa en políticos honestos, periodistas sin intereses y presidentes de verdad, no de plasma. Nos ha costado demasiado conseguirla como para no cuidarla. Pero cuidar la democracia no es callar ante los excesos o repetir el mismo circo en cada canal. Cuidar la democracia es ejercerla y esa responsabilidad está ahí arriba, esperando a que alguien se decida a empezar antes de que sea demasiado tarde.
Porque si lo que ven no les gusta, les aseguro de que la alternativa no va a ser ni mucho menos mejor.
Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"