lunes, junio 17, 2013

El "pacto perverso" entre el periodista y sus lectores



Cuando estudiaba filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid, un profesor mencionó lo que él consideraba un pacto perverso entre profesor y alumno que estaba demasiado extendido por toda la facultad. El pacto en cuestión consistía en la falta de exigencia: yo, como alumno, no te exijo a ti que te prepares las clases bien, que lleves tu tarea con profesionalidad e incluso entusiasmo, no te echo en cara la falta de investigación necesaria para poder estar al día en cada corriente de pensamiento… y a cambio tú tampoco te quemas las pestañas corrigiendo los exámenes, no te importa si presto atención en las clases y desde luego no esperas de mí nada más que un cómodo silencio recompensado con una nota suficiente como para pasar de curso.

Por supuesto, Tomás Pollán no era el único profesor en negarse a entrar en ese juego, pero digamos que el nivel de exigencia en mis cinco años como aspirante a doctor en filosofía no fue ni mucho menos estresante… lo que nos lleva al tema de nuestro tiempo en las últimas semanas de esta columna: el pacto perverso entre lector y periodista, una parte que habíamos esbozado en el anterior artículo pero que conviene tratar ahora con mayor detalle.

Hace una semana, comentaba lo obsceno que resultaba que el análisis periodístico quedara en manos de políticos que admitían no defender una opinión propia sino “de partido”. No era necesaria una confesión así para darnos cuenta de que el “periodismo de partido”, como el “periodismo de club” ha copado la prensa escrita y buena parte de los medios audiovisuales. El propio término es contradictorio porque “periodismo de partido” no quiere decir nada. Una cosa anula a la otra. O se hace periodismo o se hace propaganda. Lo mismo pasa en el deporte, lo más leído de este país: o se analiza un partido o se pone uno a bufar porque su equipo ha perdido.

Señores, no hace falta que a uno le consideren periodista. Pueden empezar a llamarse a ustedes mismos propagandistas, que es lo que son, y dejar el término original sin connotaciones peyorativas.

Ahora bien, si nos indignamos tanto con ese tipo de periodismo, que es un periodismo de barra de bar en el peor de los sentidos: partidista, sectario, poco informado, agresivo, pobre en los argumentos y en las formas… es porque ha sido privilegiado por las industrias editoriales y por los lectores, oyentes y espectadores. No nos rasguemos las vestiduras: en esta cuestión, como en todas las que tienen que ver con la decadencia reciente de Europa, hay una responsabilidad individual que soslayamos a menudo los analistas, precisamente por no molestar: si ese periodismo triunfa, si ese político puede soltar su programa como si fuera información y las cadenas se lo rifan es simplemente porque hay una audiencia detrás apoyando el producto.

Los más puristas suelen apelar al círculo vicioso: los medios desinforman al público y luego el público consume cualquier cosa porque no tiene la formación suficiente. Bueno, me parece algo paternalista pero parte de razón tienen, y reconocerán que algo hay en ese argumento del pacto perverso del que les hablaba al principio: usted no me pide que me prepare mi opinión, no le importa ni que me la dicten desde Ferraz o Génova… y a cambio yo le doy su media hora, una hora o incluso una noche entera de espectáculo y fuegos artificiales o le digo artículo tras artículo lo bueno que es su equipo y lo malo que es el contrario.

Que la gestión económica del país ha sido un desastre es un hecho, que la gestión política está íntimamente relacionada con ese colapso económico me parece indudable, que los medios no han cumplido su papel de vigilancia y denuncia y a menudo han jaleado incluso a los que ahora sabemos que se lo han llevado crudo… ¡cómo negarlo! Ahora bien, nada de eso habría pasado sin una ciudadanía que supiera poner a cada uno en su sitio, que no votara masivamente a partidos corruptos, no se dejara engatusar por los trileros de turno… y no consumiera propaganda como si no hubiera un mañana.

¿Quiere decir esto que los ciudadanos somos los culpables? No, como decía Savater, cuando hay un asesinato la culpa siempre es del asesino. Simplemente, quiere decir que si no queremos que nos traten como chusma molesta —y no queremos- antes tendremos que demostrar que no lo somos y aunque mi gran amigo Pepe Albert de Paco no lo entienda, esa era mi vinculación con el 15-M al menos en su primera semana. Motivo de más para que la mayoría de los políticos y analistas no lo entendieran o directamente simplificaran: “Eso es Batasuna”. Porque lo simple, lo perezoso, ya saben, triunfa siempre.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"