sábado, junio 22, 2013

Prosperidad y la banalidad del mal


Crecí en un barrio donde las bombas eran frecuentes y todo lo frecuente se acaba convirtiendo en banal, rutinario, escombros que esquivar cuando sales a jugar al baloncesto. No sé por qué los terroristas se cebaron en el barrio de mi infancia y mi juventud pero el caso es que lo hicieron: empezando por la República Dominicana, siguiendo por la República Argentina, varios tramos de López de Hoyos e incluso Corazón de María.

Que el horror se hiciera frecuente no quiere decir que no sintiera miedo. Al contrario, yo vivía con el miedo en el cuerpo y precisamente por eso dejé de tenerlo. Incluso tras la tregua de 1998-1999, imaginaba trenes estallando por los aires, matanzas indiscriminadas, estruendos constantes... Por eso el 11-M no me pilló de sorpresa y por eso pensé que era ETA: porque lo había imaginado antes, paso a paso, porque para mí el horror de ETA no era un horror racional, calculado, teórico, sino de cuerpos despedazados de obreros o señoras de Clara del Rey que habían salido a la compra.

Era, si se quiere, un horror absurdo, banal en ese sentido, sin propósito alguno, un horror de funcionarios. ¿Por qué Prosperidad, barrio de clase media-baja, extensión de Madrid en los años 50?

El terrorismo estaba tan presente que una vez incluso escribí un relato en el que aparecía una casa en ruinas, recién abatida. El relato iba sobre otra cosa, probablemente una chica, pero el decorado era ese, un decorado balcánico. Quizás el día más peligroso fue el del atentado de la glorieta de López de Hoyos, que ahora se ha vuelto a poner de moda 20 años después. El atentado fue a la hora y en el lugar por el que yo pasaba cada mañana camino al instituto, solo que ese día ya había acabado las clases de 2º BUP. Tenía 15 años, esa era toda mi amenaza. Mi primo, que tenía 12, tuvo que volverse a casa al oír la explosión desde la calle Quintiliano, ya con la mochila al hombro y en pleno paseo. La EGB acababa más tarde.

Si mi primo hubiera salido dos minutos antes de casa a lo mejor ahora estaba muerto. Si yo hubiera tenido clase ese día, alguna recuperación, recoger las notas de alguna asignatura, me habría llevado probablemente un buen susto. Nos libramos. Todos los que estamos aquí, de alguna manera, somos los que nos hemos ido librando de las casualidades, de la banalidad. Pasé la noche en casa de un amigo viendo el sexto partido de la final entre los Suns y los Bulls. Yo quería un séptimo partido y mi amigo quería que ese sufrimiento de madrugadas insomnes acabara cuanto antes. Al día siguiente, mi madre me despertó preocupada. Imaginen lo que es saber que tu hijo pasa por ese sitio, no saber si ese día tenía clase o no y que encima no haya dormido en casa.

No eran años de móviles aún, así que supongo que conseguiría el teléfono de mi amigo de alguna manera, no sé cuál. Fue impactante, desde luego, aunque ya digo, fue llegar el 11-M y acabar con todos estos relatos de casualidades porque un atentado a las 8 en Atocha nos convierte a todos en supervivientes. A nosotros o a nuestros hermanos, primos, amigos, padres... Yo lo vi desde mi cama, en Prosperidad, porque tanto ver partidos de la NBA de madrugada me había condenado al paro. Mi abuela se tambaleaba recién despierta, en Onda 6 ponían "Clocks", de Coldplay y yo no podía aguantar las lágrimas. Todo era demasiado cercano, demasiado absurdo.