Herreros
se fue del Estudiantes con una maldición sobre los hombros y una
canción que le perseguía en cada derbi: “¿Y los trofeos, Alberto, y los
trofeos?”. Nos hemos acostumbrado a los tiempos felices: 12 años de
medallas de oro, plata y bronce, jugadores descomunales en todas las
posiciones, anillos NBA, finales olímpicas… pero si alguien sostuvo el
baloncesto español desde la marcha de Epi hasta la llegada de Pau Gasol y Juan Carlos Navarro,
ese fue Alberto Herreros, un escolta a la vieja usanza que solo
entendía del tiro desde cualquier posición, un tiro fluido, casi
perfecto, que podía ensayar desde cuatro metros tras parada en dos
tiempos, desde cinco a la salida de bloqueo o desde lo alto de la zona,
triples frontales que acababan irremediablemente dentro del aro
contrario.
Para la afición del Estudiantes, Herreros lo era todo. El gran ídolo. Era Casillas y Diego López juntos. Mourinho y Valdano.
“Alberto, un templo para seguir tu ejemplo”, le cantaba la Demencia
mientras Alberto se cansaba de que pasaran los años, los pagos se
retrasaran y los títulos no llegaran nunca, solo una Copa del Rey en
1992 y una sucesión de semifinales invariablemente perdidas ante Real
Madrid y Barcelona. Su fichaje por el club blanco, en 1996, fue
traumático, absolutamente traumático y el odio se multiplicó, un odio
visceral mostrado partido a partido mientras el de Fuencarral intentaba
acomodarse a su nuevo equipo, con Arlauckas, Bodiroga y compañía. Acostumbrarse a ser la tercera o cuarta opción en el ataque y ser señalado como un lunar en defensa.
Los
primeros años de Herreros en el Madrid no fueron felices en cuanto a
resultados: ganó una Recopa nada más llegar ante un rival menor y pasó
tres años en blanco hasta que en 2000, junto a Sergio Scariolo y su inseparable Alberto Angulo logró su primer título de liga tras 12 temporadas de profesional en aquel quinto partido jugado en el Palau Blaugrana con Djordjevic
como estrella. Herreros se acostumbró a ser uno más en el Madrid, el
hombre al que recurrir cuando la estrella de turno se borraba, y a
deslumbrar cada verano con la selección, siendo máximo anotador de
varios Europeos y consiguiendo la medalla de plata en 1999 y en 2003, ya
con 34 años.
Sin
embargo, los problemas de Alberto, probablemente el mejor tirador que
he visto en mi vida, tenían que ver con su compromiso defensivo o, más
que con su compromiso, pues eso parece implicar que no le apetecía
defender, tenían que ver con su capacidad para la defensa, un talento
que se tiene o no, como otro cualquiera y que a jugadores como Navarro
les ha costado años y años perfeccionar sin terminar de conseguirlo del
todo. Su estigma como mal defensor fue probablemente lo que hizo que el
propio Scariolo le despidiera de mala manera en 2002, cuando inició una
purga en el vestuario que acabó con el propio entrenador como máximo
perjudicado.
Me
atrevería a decir que el peor momento de la carrera de Herreros no fue
ese sino el 13 de abril de 2004, cuando su equipo intentaba romper otros
cuatro años en blanco —valga la redundancia— frente al asequible Hapoel de Jerusalén. El Real Madrid no solo perdió sin discusión posible sino que el entrenador israelí Sharon Drucker
le clavó una puya a Alberto que le dejaba en ridículo ante todo el
baloncesto europeo: “Nuestra táctica en ataque era simple: darle el
balón al jugador que defendiera Alberto Herreros”, dijo Drucker ante la
rabia del de Fuencarral, con un punto de mal estilo que podía haberse
ahorrado.
Puedes leer el artículo completo sobre el triple de Alberto Herreros en el quinto partido de la final de 2005 contra el Tau en la revista JotDown dentro de la sección "El último baile"