jueves, mayo 30, 2013

El último capricho de Eric Cantona


Eric Cantona
Eric Cantona empezó a retirarse el 25 de enero de 1995 cuando decidió patear consecutivamente a Richard Shaw, defensa central del Crystal Palace, y a Matthew Simmons, aficionado del mismo club, que celebraba la expulsión entre gritos, insultos y cervezas. La imagen de Cantona revolviéndose entre los miembros de seguridad que le retiraban del campo para lanzar una patada de kung-fu al tal Simmons dio la vuelta al mundo y demostró lo que todo el mundo llevaba años temiendo: al francés le había vuelto a dejar de gustar el fútbol.

Toda la vida profesional de Cantona había sido la vida de un hombre con un enorme talento empeñado en autodestruirse. Empalmó sanción con sanción en Francia hasta que ya no le quedó nadie con quien pelearse o a quien insultar y se fue al Leeds United de la Premier League cuando aquello de la Premier League sonaba a tíos de dos metros rematando córners y Tony Adams repartiendo estopa. Ganó el título y, como si eso le molestara, fichó por el Manchester United, que llevaba 26 años sin llevarse una liga. Alex Ferguson funcionó como un ansiolítico prodigioso. El pendenciero Cantona no solo dejó de centrarse en todo lo que supuestamente le atacaba y abandonó su condición de incomprendido sino que se convirtió en un referente, el encargado de liderar a la generación de los “Fergie Boys”, los Giggs, Beckham, Scholes, Butt, Neville y compañía.

Fueron tres temporadas de gloria, algo insólito en su carrera: tres ligas y muy pocas sanciones. Como para distraerse a sí mismo decidió levantarse las solapas negras de la camiseta roja y jugar así todos los partidos. En Francia, el seleccionador Jacquet había resuelto prescindir de él, dijeran sus fans, que no eran pocos, lo que dijeran: en el esplendor de su carrera, se perdió el Mundial de 1994 por una serie de resultados disparatados que exigían culpables y los encontraron en David Ginola y él. No fue convocado a la Eurocopa de 1996 y no llegó al Mundial de 1998, el campeonato que su selección ganaría con cierta solvencia. El jugador ya se había retirado pero de no haberlo hecho habría dado igual: la idea que Jacquet tenía de un delantero era Guivarc´h, aquel rubio improbable al que Djorkaeff intentaba convertir en algo parecido a un jugador de fútbol, no siempre con éxito.

En resumen, y volviendo al principio, aquella patada de kung-fu supuso una liberación. Más de 15 años después, el propio Cantona así lo sentía: “Fue uno de los mejores momentos de mi carrera” y la prensa se dividió entre los que consideraban que aquel hombre era un mal ejemplo y no podía seguir jugando en Inglaterra y los que pensaban que Simmons bien se merecía una patada en el pecho o incluso dos. La FA se quedó en un punto medio: no hizo caso a los que pedían una sanción de por vida —la Premier League llevaba tres años funcionando como tal, Sky empezaba a gastar cantidades ingentes de dinero en popularizar el producto— y se limitó a dejarla en ocho meses, que, en la práctica, suponían lo que quedaba de temporada y el principio de la siguiente, para mayor gloria del Blackburn Rovers de Alan Shearer y Chris Sutton.

Fueron meses de poca disciplina y primeros coqueteos con las cámaras de publicidad. Nike le adoraba. Era la época en la que se gestaba el Just do it —“Simplemente hazlo”— y, aunque igual resultaba un poco agresivo, ¿qué mejor representación de aquella frase que el jugador que, harto de los insultos, se sube a la grada a repartir patadas? Después aprovechó para rodar con Carmen Maura su primera película, La alegría está en el campo. Cuando volvió a la pretemporada, con 29 años, Cantona ya no quería estar ahí. No estaba para tonterías y pidió la rescisión de su contrato. Era una estrella, era un ganador, todo el mundo le adoraba a pesar de sus irreverencias ¿qué más podía hacer para ser un enfant terrible? Nada. Aquella era una batalla perdida.

Sigue leyendo el artículo sobre Eric Cantona en la revista JotDown dentro de la sección "El último baile"