miércoles, mayo 08, 2013

Dignísima gente rastrera





Pienso en Guille Enfurecido, en la tentación de Guille Enfurecido, un Guille que se dedicara a saldar cuentas. No a hacer justicia, que eso es de otra novela, me refiero simplemente a saldar cuentas, ajustarlas, que diría el periódico. Pienso en la gente rastrera, en la dignísima gente rastrera que compite con la incompetente y la que no entiende nada. Pienso en la gente desaparecida. Pienso en mi padre, hoy le explicaba a mi psicólogo el sueño de la semana pasada, un sueño que nadie entendió, que a nadie pareció importarle, quizás, solamente, a su esposa: él estaba en una habitación pero no era una habitación era algo así como un purgatorio, un lugar de paso hacia otra cosa. Nada apuntaba a que las cosas le fueran mal. Él sabía que estaba muerto y yo sabía que estaba soñando y los dos intuíamos-sin heroísmos, por favor- que nos íbamos a llevar bien a partir de ahora.

Fue un sueño bonito. Me gusta soñar con los muertos porque es todo lo que queda, porque no hay nada por la mañana que me diga "eso no fue real, lo real es...". No, lo real no es nada porque la persona ya no existe. Nadie me puede decir que no abracé a mi padre o que no nos sonreímos o que no tenía un poco más de pelo y una cierta serenidad, el alivio de que lo peor había pasado. Absolutamente nadie. Con mi abuela era distinto porque mi abuela no sabía que estaba muerta y en mis sueños aparecía como mínimo confusa, fuera de lugar y era yo el que tenía que decirle: "Abuelita, te quiero mucho, pero estás muerta, tienes que irte, aquí no pintas nada, en serio, todo irá bien, puedes descansar ya", pero no parecía convencida, como si yo -y no solo yo- fuera a estar completamente perdido sin ella, cosa en la que quizá tuviera razón pero no iba a andar comiéndole la cabeza a esas alturas.

No, la cabeza me la como yo y temo el estallido. Yo acumulo y estallo. Pienso en la diferencia entre dar gracias, recibirlas, pedir perdón y perdonar. Qué es más fácil y qué es más difícil. Lo pienso en la estación de Nuevos Ministerios porque he dado un rodeo tremendo: media hora de lectura en un bar, autobús hasta la línea 6, de ahí, algo mareado. La gente rastrera. La dignísima gente rastrera en mi cabeza y un anciano sentado en un banco frente a los abandonados mostradores que iban a llevar las maletas directamente a Barajas sin necesidad de que el viajero las llevara hasta ninguna terminal. El invento del siglo que queda pocos años después en una sucesión de nadas, unas nadas sin sintonía alguna con el lugar, una parada de metro en medio de la Castellana, eso es todo, y ahí el anciano dentro de su propio limbo, del vestíbulo vacío, nada por delante, nada por detrás.

Así, Guille Enfurecido se sube al tren y sigue leyendo "Perdida", un libro que le tiene enganchado y cabreado a la vez. Probablemente el éxito del libro se deba precisamente a que te cabrea, a lo completamente inverosímil que resulta continuamente, a las ganas de ver qué se va a inventar la escritora a continuación. Cuando un libro te parece una chorrada enorme, pero te has leído 400 páginas en dos días, ¿qué valoración debes hacer? Una valoración esquizofrénica, una valoración que hace que te cabrees contigo mismo tanto como con el libro, una mezcla de "¿Qué cojones haces leyendo esto, no hay quien se lo crea, está mal escrito y no tiene ningún sentido?" y de "Bueno, a ver qué pasa en el siguiente capítulo, a ver si le pillan a este hombre de una vez".

La vida.

Guille Enfurecido en Planetario, por fin. Principio y final de todas las cosas. Yo no iba a escribir sobre esto, yo iba a escribir sobre el día en que volví de París y la Chica Langosta se sentaba a mi lado en el patio del Ramiro de Maeztu. Teníamos 18 años y nos llevábamos razonablemente bien. Yo creo que hubo un momento en el que de verdad nos entendimos y puede que fuera ese, en el ocaso de la adolescencia. El caso es que yo había ido a París pero ella había ido a un concierto de Veruca Salt. Por entonces, la música era todo y cuando digo "todo" quiero decir "todo", sin matices. Recuerdo casi cada disco que me compré entre los 16 y los 19 años y las conversaciones de instituto que provocaron.

A la Chica Langosta le gustaba Veruca Salt y a mí me apasionaba la Chica Langosta. Le grababa discos inéditos de los Pixies que había comprado en tiendas pirata de la calle Luna. La conexión era esa: Pixies-Breeders-Amps-Veruca Salt. Una colección de bajistas femeninas. Discutíamos sobre una canción, que se llamaba "25" y según mi versión decía "You can bend me, shape me, anyway you want to" y según la Chica Langosta decía lo contrario, esto es, que nada de doblegarse, nada de ser modelada. La Chica Langosta se negaría a cantar algo así en la vida y yo, por supuesto, solo pretendía que lo hiciera, que lo cantara, que se rindiera de una santa vez y dejara de ser tan tauro para ser piscis, que es lo que se espera de alguien que nace un 5 de marzo y que perdiera la cabeza y gritara "Creo que voy a empezar a romperme".

Cosa que nunca hizo. No delante de mí. Probablemente delante de otro. Para entonces, Garbage ya cantaba: "I think I´m paranoid... and complicated" y el estribillo sí dejaba las cosas claras: "Bend me, break me, anyway you need me, all I want is you" pero yo ya estaba enamorado de otra.