"The Wrestler" no es la película más original de la historia: un antiguo luchador profesional de lo que aquí se llama Pressing Catch -lucha libre- que en su día fue una gran estrella, ahora se consume en los circuitos locales, ganando el dinero justo para pagar una autocaravana y soñando con volver a re-editar los combates de 20 años atrás.
Consume demasiados esteroides y anabolizantes para mantenerse en forma. Su cuerpo está vendado de la cabeza a los pies. Tiene una hija a la que ha descuidado durante toda su infancia y frecuenta un burdel donde conoce a una stripper que comparte desilusión y desencanto con él.
Lo han visto antes, ¿verdad?
Bueno, pues funciona. Asombrosamente. La película tiene un ritmo narrativo brutal y una facilidad pasmosa para contar toda esta decadencia sin hacer sangre. Sin caer en dramatismos ni diálogos obvios ni una conmiseración facilona. El director sabe que tú sabes de qué va esto y se propone ir más allá: las escenas de "backstage" de los combates, en las que se ve cómo los combates se preparan en camaradería y lo de ahí arriba no es más que una pantomima son de una naturalidad impactante.
"The Wrestler" enseña los trucos, pero no como si fueran trucos sino como parte del espectáculo. Parte de su trabajo. Entre semana carga y descarga, trabaja en una charcutería y los fines de semana se viste con mallas y juega a destrozarse el cuerpo contra otro currito del wrestling. En ocasiones, incluso, se lo acaba destrozando.
Es una decadencia lenta y parsimoniosa. Constante. Se ha hablado mucho de lo bien que lo hacía Mickey Rourke y yo lo veía con cierto recelo, pero hay que reconocerlo: está sublime. Una actuación soberbia, porque hacer de perdedor drogadicto y putero y no convertirte en un suplicio para el espectador no es fácil. Realmente parece un niño pequeño, un muñequito de goma, un pixelado monigote de Nintendo. Eso es lo que queda de él.
Por otro lado, tenemos a Marisa Tomei. La película es eso: el espectáculo de la lucha libre, con sus historias detrás de bambalinas, su fama fugaz, su dinero de ida y vuelta... y un par de actores soberbios: lo de Tomei merece algún estudio. Probablemente, sea una de las actrices más infravaloradas de los últimos años. Ganadora de un Oscar en 1993 por "Mi primo Vinny", con esta película ha conseguido su tercera nominación como actriz secundario. Tres nominaciones, un premio, y demasiada gente que no sabe quién es.
A sus 44 años luce un cuerpo maravilloso en su papel más atrevido: el director no escatima en planos. Tomei es una auténtica belleza. No sólo es simpática y divertida y alegre y todo ese rollo de comedia de los 90 en el que se encasilló. Es una preciosidad absolutamente perdida y encerrada en un mundo casi más turbio que el de la lucha libre. Su papel puede no ser tan "agradecido" como el de Penélope Cruz en "Vicky, Cristina, Barcelona", pero no hay ningún pero que ponerle a su actuación. Dentro y fuera del club. Desnuda y con ropa. Llorando y sonriendo. Nadie sonríe como Marisa Tomei.
"The Wrestler" no es una película para frikis de la lucha libre. No se equivoquen. Es mucho más que eso. Puede que sea una historia de perdedores y que estén cansados ya, pero al fin y al cabo el cine se compone de personajes que hacen lo que no deberían hacer: enamorarse de la persona equivocada, abandonar a quien les haría feliz, meterse con alguien no recomendable, irse a campamentos de verano algo siniestros... Sí, son clichés, pero a partir de los clichés se crece. "The Wrestler" crece, y mucho. Tanto como para subirse a las cuerdas y lanzarse desde lo alto en un fundido en negro. Que no es poco.