Demasiadas cosas me vinculaban a este libro como para no leerlo: de entrada, se publicó a la vez que el mío, que también pretendía ser un diario. Luego, se publicó en lo que para mí fue no un mal año sino un año terrible, desastroso, pésimo. Por último, se trataba de Coetzee, un escritor que me deja frío en demasiadas ocasiones pero del que no puedo dejar de admirar su técnica y su estilo.
"Diario de un mal año" es un libro de ensayos y una novela. Juntos. En las mismas páginas. Dividiendo la hoja en tres, Coetzee nos presenta sus "opiniones contundentes" acerca de todo tipo de problemas en el mundo, la historia del escritor que conoce a una chica mientras escribe dichas opiniones, y la historia de la chica que conoce al escritor y pasa a ser su mecanógrafa.
Vayamos por partes: las opiniones contundentes son brillantes, pero en casi todos los casos niego la mayor de su argumentación. Que Coetzee escriba como los ángeles no quiere decir que siempre tenga razón. Yo no se la daría casi nunca, aún después de admirar la manera de desarrollar su argumento. Me parece que parte casi siempre de presupuestos erróneos y prejuicios discutibles. Resumamos en que, del mundo actual, todo le parece mal.
Aun así, es una delicia leerle y desde luego te hace pensar. Es la mejor elaboración posible de un argumento normalmente muy repetido: los Estados Unidos y Bush tienen la culpa de todo. Y si no es Bush, es Cheney. Ya he dicho varias veces, hablando de cine, que estaba harto de Bush, y no voy a cambiar de parecer ahora. Creo que a las cosas se les puede dar una vuelta más.
La historia del escritor y la mecanógrafa es interesante pero no pasa de ahí. Un prodigio de distancias y frialdad, como siempre. De cosas que se piensan y no se dicen. De sutilezas. Coetzee es un escritor prodigioso, en eso estamos de acuerdo, pero de repente acaba el libro y te quedas con una sensación algo amarga. No sé explicarlo.
La parte novelada está compuesta por tres personajes: el escritor sudafricano Juan C. residente en Australia, una vecina suya de la que cae fascinado en su senectud y decide contratarla como mecanógrafa y el novio de esa vecina, que hará de contrapunto a todas las opiniones contundentes que se exponen en el libro: es liberal, práctico, joven, bruto y maleducado. C. es anarquista, soñador, teórico, iluso... Anya pretende ser el punto medio, pero no lo consigue. Su afinidad con Alan, su novio, es nula. En realidad, el libro consiste en la afirmación de una tesis y en la pretensión de una síntesis que no es tal, que es la negación exacta de la negación hasta el punto de casi volver a ser la afirmación primera.
No hay manera de saber lo que piensa y el personaje no es demasiado interesante. De hecho, lo que interesa es la lucha de gallitos entre Alan y C., la colisión entre dos mundos. Cuando Anya intenta ser sensual, le sale regular, como si Coetzee estuviera frenándose todo el rato, como si se empeñara en respetar unas distancias que, como narrador, no tiene por qué respetar y que, de hecho, su personaje quiere aparentar que no las respeta...
En definitiva, un libro que va de más a menos, conforme los ensayos van perdiendo interés y potencia -se repiten en demasía- y la novela se estanca poco a poco. Por ejemplo, el recurso de escribir a tres bandas en una sola hoja, dejando frases a la mitad que continúan en la siguiente página, está bien al principio. Luego agota un poco: yo, honestamente, no sabía qué hacer, si continuar la lectura página tras página o si leer en vertical como siempre he hecho y recordar dónde lo he dejado para seguir después. Por inercia, me incliné por lo segundo. Creo que es un acierto: las tres tramas están demasiado interconectadas como para leer una dejando atrás las otras.
Las primeras 100 páginas son maravillosas. 50, quizás. No siempre sucede, así que aprovechen.