Veo a la gente subida al escenario, en el Tiovivo. Veo incluso a Chiloé en la batería y a Luis, con su sonrisa de satisfacción, e intento imaginarme a mí mismo botando allí como loco e intentando seguir una letra que no conocía. Acompañado de la Chica Portada o de la Chica Sensata. Intento imaginar su alegría, su euforia, casi. Intento compartirla de alguna manera.
Pero no.
Apoyado en la barra, justo al final del todo junto a Antonio y a Jose -Pancho se fue al poco de empezar, es un tipo de costumbres exageradamente sanas-, envuelto en el concierto, porque si no hubiera estado enganchado me hubiera ido con mi tío, pero muy cansado: traducciones por la mañana, artículos, reseñas, entrenamientos, paseos bajo cero por Madrid, ensalada mixta y agua, judías verdes, pescado y nada de cena porque vengo de San Blas directamente, línea 7.
El "Tiovivo" y la despedida de la banda. La segunda despedida. La primera fue la habitual de "Castigado en el cielo". Lo he dicho mil veces aquí y aprovecho para decírselo a Antonio: lo que marca la diferencia entre Luis y los demás cantautores -la mayoría de los cantautores- es su capacidad de hacer un "Castigado en el cielo", un "Romper", un "La novia cadáver". La capacidad para combinar letras interesantes con un grupo de músicos brutal, contundente: guitarreo, batería, experimentación en el teclado.
Por cierto, me encanta lo que hace Andrés Lewin. No sé si soy el único, pero a mí me encanta.
Lo que pasa es que luego uno sube al camerino con los chavales y entra una chica terriblemente guapa y dice aquello de "me gusta más cuando es acústico porque es más íntimo" y a mí se me cae el alma a los pies porque no es eso, no es eso... Luis Ramiro puede ser un gran cantautor, yo eso no lo pongo en duda, pero a mí la música de cantautores no me entusiasma. Me entusiasma el pop-rock, especialmente el pop-rock con toques indie-británicos (ya van tres guiones en una sola línea) y creo que sé algo de eso y desde luego Luis tiene canciones buenísimas que van por ahí.
Algunas estarán en su próximo disco, que anunció repetidas veces y del que podría contar algo pero no lo voy a hacer por aquello de respetar alguna vez el "off the record", que si no luego Marian se me enfada.
En definitiva, David vende discos y compra libros de Loriga que ya tiene -el mismo que yo estuve a punto de comprar hace dos semanas y que no sé si tengo o no, porque está empezando a ser un préstamo preocupantemente largo-, Álex va de traje y corbata, Pechi habla con el padre de Luis... y yo me voy despidiendo tranquilamente, lánguidamente diría, culpable por haber picoteado un pincho de tortilla y decido quemarlo andando hasta casa, Galileo abajo hasta Alberto Aguilera, luego San Bernardo, luego Manuela Malasaña y al final Fuencarral, Apodaca y Churruca y la verdad es que la gente de mi barrio cada vez me parece un poco más rara.
Incluso entre semana.
Foto: Facebook de Pablo Estévez Cabrera