Supermartísimo en Madrid. El otro día, Arantxa y yo estábamos parados en un atasco en plena calle San Bernardo y yo no podía salir de un asombro improbable: "Son las doce y pico de la noche, en pleno mes de julio, y la calle está atascada...". "Claro, esto es Madrid", dijo ella, con esa asombrosa seguridad que sólo pueden dar los 22 años.
Esto es Madrid. Claro que sí. La echaba de menos. En Madrid pueden pasar tantas cosas que asustan, que uno tiene que pasarse muchos años -más de 31, seguro- preparándose. Empecemos por el principio: terraza en la calle Cea Bermúdez con Lury y un camarero argentino que -para variar- intenta ligar con ella. Pequeña carrera hasta Galileo para ver el concierto de Pablo Ager. Entramos a mitad de "Desmejorado", la primera canción, y no tenemos problemas en encontrar mesa. No hay mucha gente: la ciudad se mueve en un desorden lleno de referencias y una de esas referencias es que los conciertos que se programan a las 21,30 empiezan a las 22,00 y no a las 21,45.
El concierto es soberbio. Así me lo parece. Toca "Cosas que no se me dan bien", "El vuelo de tu falda", "Si te veo caer", "Orgasmo universal"... y cierra con "Miss Utopía". La banda suena muy bien de nuevo, el concierto tiene ritmo, las canciones son buenas... pero Pablo no disfruta. Ni disfruta sobre el escenario -prisas, muchas prisas, aunque menos de las que él cree- ni fuera del escenario, completamente desolado por lo que él cree ha sido un desastre y yo no acabo de entender de dónde saca esa conclusión.
Cuando él baja, suben la Chica Portada y Eyescross. Obviamente, por efecto arrastre, el local está más lleno. Un poquito menos que el pasado sábado en el concierto de Pancho, pero bien. Si a Pablo le sienta bien Galileo para subir su punto cantautor y convertirse en rockero, a Eyescross parece que el sitio le echa un poco hacia abajo, como si perdiera la intensidad de los pequeños pubs y los festivales, con todo el mundo de pie y botando.
Con todo, apenas se nota la diferencia entre dos estilos de música que, en rigor, son muy diferentes, y la gente está contenta y con ganas de fiesta y es el cumpleaños de Kika, y sin saber muy bien cómo, acabamos Lury, Fer y yo, con tres copazos en la barra y al menos dos bolsas llenas de chucherías, que acabaríamos perdiendo a lo largo de la noche.
Primera parada: El Colonial. Por supuesto, está lleno. Sí, es martes, son las doce y pico, pero está lleno, abarrotado. Tanto, que tenemos que bajar a la planta de abajo para celebrar que con el cambio de día, se cambia de cumpleaños: ahora es el de Irene, la entrañable Chica Inclasificable. Estamos ahí un rato, hasta que la Chica Portada decide irse a casa y Pablo nos llama para insistirnos en que hay otro cumpleaños en Libertad, 8 y tenemos que ir.
Es la una y media y Fer no ha cenado. Buscamos algo de comida, pero eso ya es mucho. Cogemos un taxi que no se atasca sino que incluso derrapa en las curvas y entramos en Libertad, para encontrarnos de entrada con Luis Ramiro, que acaba de tocar y Miki Ramírez, amagado en una mesa que hace esquina. La gran fiesta de cumpleaños se ha quedado en Kika, Pablo, Blanca, María, Javi, Lury, Fer y yo. Vaya grupo humano. Seguimos bebiendo y a Fer le dan al menos un pincho de tortilla.
Hablamos, nos reímos, Luis, David y Álex se van. Bebemos algo más de la cuenta. Celebramos, sin saber muy bien el qué, cruzamos miradas y conversaciones. A las dos y media-tres nos echan sutilmente, poco a poco, como en los buenos bares. Avisos tranquilos que acaban con un "hasta mañana, chicos" y los chicos salimos -martes, julio, insisto- en medio del barrio de Chueca al sitio más improbable del mundo, retratado por Alejandro Martínez en una de sus canciones, pero en rigor inretratable, inexplicable, atemporal:
el Toni 2.
De repente, entramos en una película de López Vázquez de los 60-70: un bar con decoración rancia, como si en el pasado hubiera sido una discoteca de las de bailes de salón y luces encendidas. La edad media es de 50 años y el estado etílico general es impresionante. Todo, absolutamente todo, es decadencia, y los jovencitos estamos ahí, morbosos, observadores, regodeándonos del hecho de que nosotros no somos como ellos, que aún no somos como ellos, e incluso podemos entrar en su recinto sagrado sin miedo a que ellos se cuelen en los nuestros.
Un camarero nos persigue -literalmente- para que bebamos: 7 euros la Coca-cola y la cerveza, 10 euros la copa. Hay un pianista. Hay varios pianistas. Se van turnando y la gente, alrededor de la mesa-piano va pidiendo canciones y cantándolas. Lo más moderno: Los Secretos. El resto, boleros, rancheras -llorar y llorar-, pasodobles, coplas... La tristeza nos pone eufóricos. Un tipo lucha por que su cabeza no caiga sobre su copa a medio terminar. Dos sesentonas enseñan muslo mientras bailan con los pies, sentadas en sofás de otra época.
Esto es Madrid, claro que sí. El Toni 2, arrinconado, con su fauna imposible. Llega Patricio, María está empeñada en que cantemos pero nadie quiere cantar. Parece decepcionada. Blanca está entusiasmada y canta y baila. Fer se va, Lury se va, Kika se va, después de recibir un "Cumpleaños Feliz" que culminó en un "Feliz en tu día". Llegan los camareros de Libertad. Eli habla conmigo, aunque no me conozca. Los camareros están muy acostumbrados a hablar con gente a la que no conocen. En parte, es su trabajo.
Sabe cosas de mí que no me extrañan. Da consejos. Algunos son buenos, otros no. Nos pasa a todos. El cansancio se hace insoportable a las cinco menos cuarto de la mañana. El pianista del pelo blanco sigue tocando entusiasmado, a su alrededor sigue el derroche de risas tristes. "Sing us a song, you´re the piano man". Entramos en una película de López-Vázquez y salimos de una canción de Billy Joel.
Un coche me deja en casa. En el camino, Suzanne Vega llega hacia mí con su mano extendida, la palma dividida por una flor en llamas.
(Foto: www.javiervallas.es)