Desde luego, la reacción del PP a la excarcelación preventiva de De Juana Chaos ha sido imprudente. Imprudente en lo que tiene, además, de previsible, es decir, ha apelado a la sangre y el horror para pedir venganza y justicia, justo los dos flancos que el presidente le ha dejado con su desafortunada decisión.
Si uno lo piensa, el Estado de Derecho es un fenómeno imposible. Humanamente imposible. Y, sin embargo, mal que bien, en la mayoría de los sitios funciona. La decisión de cada ciudadano individual de ceder el monopolio de la fuerza y la justicia al Estado es encomiable. Que nadie decida tomarse la revancha por su cuenta, también.
Ese es el problema que subyace al terrorismo de ETA durante 40 años y que afecta en particular a la decisión de De Juana Chaos: las víctimas han aceptado no convertir al País Vasco en un Ulster. Es decir, renuncian a la venganza. De hecho, el único intento serio de venganza anti-terrorista ha sido precisamente estatal y nada espontáneo.
Cuando el ciudadano -la víctima- percibe que el Estado no está cumpliendo sus funciones, por supuesto le viene a la cabeza la posibilidad de recuperar su instinto primario de venganza. Es un riesgo enorme y por eso la Justicia tiene que estar alejada de la política. Es decisivo que así sea. Cuando el ciudadano percibe que la Justicia no es más que otro aparato no ya del Estado sino del Gobierno y por lo tanto tendencioso, tenemos un problema.
Por supuesto, al PP le ha faltado tiempo para echar sal en ese problema, y lo ha hecho de manera bastante irresponsable.
Pero no lo ha creado. Vivimos en un país en el que, tradicionalmente, a cada acción lamentable le ha seguido una reacción tan lamentable o más. Simplemente eso.