Lo peor de Capello no es que su equipo juegue de manera mediocre y mezquina, confiando continuamente en el fallo del contrario o el acierto milagroso de Casillas, desde la primera jornada de liga.
No es que los resultados hayan dejado de acompañar y el Real Madrid esté a seis puntos del líder, en cuarto lugar, y a apenas dos puntos de quedarse sin Champions League.
No es que despida al público con una peineta cuando gana y elogie a los Ultras Sur cuando pierde.
No es que aparte a jugadores en gestos de fuerza para luego tener que recurrir a ellos de manera desesperada, cuando están ya fuera de forma y después de una buena ristra de menosprecios públicos.
Lo peor de Capello es su facilidad para la mentira. Llevar todo el año quejándose de los árbitros, llorando sin parar en cada rueda de prensa, para acabar diciendo en el Calderón, "llevo dos años sin hablar de los árbitros" -los dos años en los que los árbitros, comprados, ayudaban a su Juventus, se entiende-.
Y que a la semana siguiente, apenas ocho días después, vuelva a ponerse a llorar. Como si la cosa no fuera con él.
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